La ONU ha hablado y se ha liado, como suele suceder. No obstante, y para alivio de quienes se han sentido afectados -algunos incluso insultados−, ya sabemos que apenas nadie cumple sus recomendaciones. Al menos hasta dentro de alguna década, cuando quizá el problema ya no tenga solución.

En el informe del IPCC -que uno, reconoce, no ha leído en profundidad, como tantos otros−, el panel internacional de expertos que asesoran sobre el cambio climático, insiste en algo ya sabido: que el actual modelo alimentario acelera los problemas del efecto invernadero. De ahí los movimientos hacia una alimentación más cercana y sostenible. Y recuerda, eso sí, que el efecto de los alimentos es un tercio del total, por lo que hay que reducir también las emisiones de los gases procedentes de la energía, la industria y los residuos.

El actual modelo provoca desforestación para sembrar forrajes; unifica cultivos en grandes superficies, reduciendo la biodiversidad; incita al consumo de carne industrial muy barata; y fomenta también el derroche de alimentos, otro grave problema, además de generar demasiados residuos.

No se trata, obviamente, de prohibir la ganadería, nunca se ha escrito eso, y, de hecho, el informe aporta soluciones, diferentes según los territorios y sus determinadas circunstancias. Pero sí de racionalizar su consumo, favoreciendo las explotaciones sostenibles, las que trabajan con su entorno.

La ONU, que apenas manda, ha hablado a través de sus expertos, como sueles ser habitual. Serán ahora los diferentes gobiernos los que tomen, o no, medidas. Pero el consumidor sí puede asumir el partido, por ejemplo, consumiendo otro tipo de carnes, en menor cantidad, pero de mayor calidad.

Afortunadamente cada vez hay más opciones para elegir. Y si muchos se han pasado ya al tomate y las hortalizas de temporada, esas que ofrecen sabor, el proceso puede ampliarse a otros alimentos. Y no, la soja, en la mayoría de las variantes, tampoco es una alternativa sostenible; lo sentimos.