Antes de convertirse en ruina, la Oreja parlante de Eva Lootz enmudeció.

Tal es el destrozo que los restos de la intervención artística que Eva Lootz (Viena, 1940) realizó con motivo de la Exposición Internacional de Zaragoza 2008, pasan inadvertidos para quienes pasean junto a la margen derecha de la ribera del Ebro, entre el Puente de la Unión y el Azud. En su Memoria del Proyecto, la artista invitaba a contemplar la obra «como una metáfora que indica que escuchar significa situarse en otro terreno. Significa abandonar la parcela del individuo aislado y comprometido únicamente con su propio horizonte vital y sus intereses particulares -escuchar difumina las distancias y desdibuja los contornos, escuchar enseña generosidad- y abrirse al horizonte de una conciencia de la humanidad como un todo». Palabras que cobran todo su significado ante la sordera de quienes son responsables en el Ayuntamiento de Zaragoza de la protección del patrimonio municipal.

Escuchar para Eva Lootz significa atender y reflexionar sobre el actual estado del planeta con una propuesta que genere pensamiento crítico, más allá del estético. Así ha quedado de manifiesto en dos exposiciones recientes, celebradas en la Tabacalera de Madrid: La canción de la tierra y en el CGAC de Santiago de Compostela: Cut Throuth de Fog; y en el programa que con tal motivo le dedicó Metrópolis. En el proyecto para Tabacalera, comisariado por Isabel Tejeda, la reflexión que propuso Lootz resultó estar relacionada con una intuición temprana coincidente en el tiempo con sus primeros años en España, adonde llegó a mediados de la década de los 60, y con un viaje fundamental a Riotinto que le confirmó la sospecha de que «antes que las ideas como guías de los destinos humanos están los elementos de la tierra y sus propiedades, es decir, son las materias las que hacen mundo y prefiguran la historia del género humano, pues la tierra está siempre primero y los humanos vienen después; somos una especie tardía que tiene que adaptarse y de hecho se adapta a lo que encuentra sobre la tierra».

En la exposición del CGAC, Alicia Murría seleccionó con Eva Lootz una secuencia de obras realizadas a lo largo de su trayectoria que desvelan su afán por experimentar con los más diversos e inusuales materiales y el paso a lo tridimensional en obras cuyas formas aluden al cuerpo y a la percepción: manos, lenguas, huellas, zapatos, asas... y orejas. Fue a partir de los años noventa cuando Lootz introdujo música y sonido en sus trabajos que, progresivamente, fueron adquiriendo un sentido escénico -fue pionera en el ámbito de las instalaciones escultóricas-, acorde con los temas que más interés le han suscitado: el tiempo y la memoria.

El tiempo, la memoria y la reflexión sobre lo natural son asuntos presentes en la intervención que Eva Lootz, Premio Nacional de Artes Plásticas en 1994, propuso para la Expo 2008: un jardín donde reposar y aislarse del ruido de la ciudad, en compañía de los sonidos del agua, del viento, de la lluvia y de tormentas, de los pájaros y de sonidos grabados sobre la historia del Ebro. Llegaría un día, consideró la artista, en que los alumnos del Conservatorio de Música de Zaragoza podrían estrenar sus composiciones en la Oreja parlante, como tituló su intervención por elegir la forma de una oreja para la zona de descanso. En un primer momento pensó en una instalación con distintos canales de agua que atravesaban el espacio para conectarla con el Ebro, pero las dificultades de su propuesta le aconsejaron plantear un jardín de césped y arbustos con grava alrededor de un sendero de cantos rodados blancos, con ecos zen, en forma de pabellón auditivo. Varios mojones de rocas de diferentes tamaños permitían el acceso al sendero para no pisar la grava. Junto al jardín se plantaron árboles. Y camuflados, se dispusieron altavoces con sonidos naturales y ecos apenas susurrados sobre la historia y de la memoria del rio.

Del proyecto nada queda. Apenas un vestigio. El emplazamiento elegido no fue el mejor para el propósito de la artista, y los árboles que entonces se plantaron enseñan sus raíces ceñudas en el empeño natural de levantar el pequeño marco de madera que protegía y aislaba perimetralmente la intervención y sacar a la luz el plástico sobre el que descansa la grava. El césped crece desmelenado e hirsuto, las rocas de mayor tamaño se hundieron y las piedras blancas perdieron su color. Los niños, que todo lo ven, descubren la forma de la oreja y la pasean. Pero la mayoría de quienes suben de la orilla del Ebro atraviesan sin contemplaciones los restos de lo que un día fue un jardín. Del tronco de los árboles y farolas aún cuelgan pequeños altavoces silenciados. A lo lejos, por donde nadie pasa, el mojón polvoriento que indica los datos de la intervención artística de Eva Lootz.