Lo de ir a encontrarse a Montero Glez a finales del invierno a un pueblo de la costa gaditana fantasmal en esta época tiene algo de Corazón de las tinieblas, pero en versión chusca. Los apartamentos vacíos y la playa desierta en Chiclana son una combinación perfecta que, de haberse producido en Estados Unidos, crearía su pequeña mítica. La del escritor que un día lo dejó todo para dedicarse a la escritura. Pero aquí más parece un cruce entre un Bukowski local y el Tío Vázquez (sí, el del tebeo).

Está en plena mudanza, una más, siempre en busca de la oferta más barata. Porque Montero (Madrid, 1965) es un as de la supervivencia, un anarquista anárquico que tira con rabia contra los popes de la literatura española. ¿Hace falta decir más para darse cuenta de que es todo un personaje? Pues sí, que su última novela, El carmín y la sangre (Algaida), Premio Ateneo de Sevilla, está protagonizada por Ian Fleming, cuando a este aún no se le había ocurrido crear a su personaje James Bond y estaba a sueldo del MI-6 en una misión que en 1941 le llevó a Gibraltar para intentar que Franco no entrara en la guerra.

Una anécdota que le explicaron en la Venta Vargas, la catedral del flamenco, el lugar que vio el despegue de Camarón, está en el origen de la novela. Se cuenta que en una ocasión llegaron unos nazis, mandaron desnudar a los hombres y mujeres y montaron una orgía. «Empecé a investigar y me di cuenta de que no eran nazis acharolados de botas altas y cruz gamada, sino los tripulantes de un submarino que venían a repostar. Vinieron y se pegaron la juerga». Con esa imagen ya tenía la conclusión, así que buscando el principio se topó con Fleming.

«Se saben muchas cosas de James Bond, pero pocas de su creador, un tipo mujeriego, aventurero, para quien la guerra era solo un medio para alcanzar el placer en todas sus formas posibles. Un machista detestable y sádico, pero por todo ello también un personaje fascinante», defiende el escritor .

Al madrileño le interesó aquel momento histórico, cuando los ingleses tenían bloqueado el Estrecho y los alemanes buscaban una brecha. Franco había ganado la guerra y se dejaba querer por unos y por otros. «En Andalucía daba la sensación de que la guerra civil aún no había acabado porque un día bombardeaban La Línea y otro un barco pesquero». Así propone un raro choque entre el cliché español de tablaos y gitanos y el no menos tópico del espía británico. «Los ingleses eran especialmente ilustrados e intentaron ganar la guerra con imaginación. Pero Fleming se queda muy por debajo de los Philby o Burguess, topos soviéticos, que eran más interesantes que él y políticamente más implicados».

La conversación se escapa en todas las direcciones: desde el machismo imperante entonces y ahora, hasta Donald Trump, por supuesto, pasando por el flamenco y por cómo el 15-M está exigiendo el viejo relato de la guerra civil escondido por la derecha. Pero también aparece su abuela casi centenaria, amiga de Joan García Oliver y con un perro lobo llamado Trotsky.

Al día siguiente del encuentro, Lolo Picardo, cuarta generación al frente de la Venta Vargas, recuerda cómo su padre le contó el episodio de los nazis. «Se ve que mandaron desnudarse a todos, pero creo que fue para humillarlos. Lo de la orgía es producto de la ficción».