En Aragón no solamente se hace buen vino, sino que también somos capaces de generar excelentes profesionales. Vale que somos tan solo el 3% de los españoles, pero resulta que los mejores sumilleres del país, según la propia asociación nacional, en 2010 --Raúl Igual--, 2013 --Pilar Cavero-- y 2014 --Guillermo Cruz-- han nacido en esta tierra.

No es una casualidad. La asociación aragonesa de sumilleres, liderada por Pepe Puyuelo y Jesús Solanas, es una de las más veteranas y activa de todas las comunidades. Sus cenas anuales son míticas, con agradables y exclusivas sorpresas, desde descorchar champagne sobre el río Ebro o en limusina, hasta ofrecer un magnífico vermú directamente de la barrica.

Es decir, somos capaces de formar profesionales que triunfan allá donde vayan; pues podríamos ampliar la nómina a varios de los cocineros aragoneses que se esconden tras los grandes chefs del País Vasco.

Sin embargo, nos cuesta mucho más reconocer los méritos a los que se quedan en casa. Los mismos que protestan por un menú de 50 euros en Zaragoza, desembolsan más de un ciento en establecimientos foráneos de no mayor calidad.

Y así es imposible hacer patria. Por muchos y buenos cocineros, sumilleres, jefes de sala, proveedores y empresarios hosteleros que tengamos --y los tenemos--, sin la complicidad de los clientes locales, difícilmente saldrán adelante establecimientos de alto nivel y trascendencia al exterior. Especialmente cuando todavía no contamos con un suficiente volumen turístico, que sería una solución para muchos locales de alta cocina.

Es lo que hay. Luego no vale quejarse de que las guías y los premios se olviden de esta tierra. Para que nos quieran, antes hay que quererse, y por ahí andamos deficientes.

De momento, presumamos de Guillermo Cruz y esperemos que, si algún día quiere volver a trabajar en su tierra, lo haga sin problemas. Hoy, probablemente, lo tendría complicado.