Recuerda que fue Julio Alvarez Sotos quien le organizó en Veruela (1993) su primera exposición individual. Desde ayer expone en la galería Spectrum-Sotos de Zaragoza. Pablo Genovés (Madrid, 1959), artista tardío, hijo del pintor Juan Genovés, había trabajado en reproducción de arte y fotografía publicitaria hasta que en 1988 marchó a Londres y durante cuatro años estudió a fondo pintura y nuevas técnicas fotográficas: "Allí empecé a pintar y me hice artista", diice. Funde en la misma obra las imágenes de su cámara y las pinceladas, y libera a la fotografía de su dependencia de la realidad

"No trato tanto de romper las fronteras entre pintura y fotografía, como de confrontarlas hasta que llega un momento en que se tocan. Es una puesta en paralelo". Pablo Genovés ha traído a Zaragoza obras de sus tres etapas: La primera, Extravíos , en la que recupera imágenes de viejas revistas ilustradas en blanco y negro de los años 30 y 40, a las que dota de una sensación de irrealidad, como si estuvieran rodeadas realmente por la deformante nebulosa del olvido y la distancia

"Esas obras son un intento de recuperar la memoria, de jugar con el documento fotográfico, volverlo a reinterpretar con la pintura", señala. Y así aparecen el hombre y la mujer bailando de etiqueta en el centro de un torbellino como si su giro curvara el espacio entero del salón. O dos sonrisas juntas sin más rostro, descontextualizadas: "Yo he cogido el tema de la pareja --explica--, para explicar que el amor es el motor del ser humano, algo intrínseco suyo".

La siguiente serie, Sucedáneos , es abiertamente colorista y en ella aparecen densas y cremosas pinceladas de pintura sobre lienzo cuya imagen fotográfica se retoca y manipula en el ordenador. Los objetos y miembros humanos parecen derretirse por el efecto del calor. "Me interesa envolver la obra --explica-- en una atmósfera de mentira y falsedad, quiero hacer ver al espectador que un original artístico puede ser un original reproducido. Crear una duda con respecto a la base".

De ahí esos regalos que se desvanecen. Como la metáfora de la descomposición de un mundo y de un sistema de valores: "El título, Sucedáneos, ya lo dice todo. Lo que parece verdad no lo es. No se sabe qué es pintura y qué es foto. Hay guiños al pop y a otras tendencias pictóricas, y unas ganas de incitar a la sospecha. Quiero cuestionar la verdad de lo fotografiado".

Y aparece la tercera etapa ("obra ultima-última, esas cuatro que hay ahí son de febrero") donde todo es digital, desde la toma, hasta la construcción sobre el plano como un cuadro; fotomontajes de imágenes multiplicadas de tartas nupciales halladas en una tienda de Londres, verdaderamente decoradas, blandas y plagadas de una nata rosa y de fresas que parecen corazones.

Esas hileras de tartas virtuales se despliegan como tentáculos, se organizan como extraños seres planetarios que flotan o como complicadas naves espaciales a punto de despegar, con parejas de todas las clases a la espera de encaramarse en ellas y coronarlas, por la sola magia del ordenador.

"La tarta de los novios es un símbolo de felicidad. Es el momento en que se materializa la ilusión. Lo pongo en una línea de turbulencias que van flotando. Ahí meto el humor con algo de sarcasmo". Pero con la sospecha de si tiene algún fundamento esa sensación "real y necesaria", que él sitúa en "esos planetas interiores y propios a los que te agarras, los que tú has soñado vivir. Esa ansia de la felicidad".

Y al final, Pablo Genovés regresa a la pregunta inicial y que supone una línea continua en su trabajo: "¿Dónde está lo verdadero? ¿Eso a lo que yo me aferro es cierto o me lo están vendiendo?". El ha notado que en la pintura se siente la huella del hombre, la presión mayor o menor de la pincelada sobre el lienzo. Pero en la fotografía hay una distancia, un espacio lleno de aire entre el sujeto y el objeto. "La foto nunca presenta la huella". Genovés afirma: "Yo quiero romper ese distanciamiento. Pero igual encuentro al llegar que hay de nuevo otro distanciamiento enorme...".

Aquella estancia en Londres, continuada por algún tiempo en Nueva York le sirvió, explica, para liberarse de la sombra persistente del apellido, de quedarse en ser siempre el hijo de Juan Genovés (Valencia, 1930), quien desde 1965 realizó una pintura social y comprometida. Pablo Genovés asegura que algo le ata artístivcamente al apellido: "Quizá ese distanciamiento que se atribuye a la plástica de mi padre, lo he recogido yo como una preocupación".