Pablo Hermoso de Mendoza salió a hombros ayer de la plaza de toros de Zaragoza tras cortar una oreja a cada uno de sus enemigos. Fermín Bohórquez recogió silencio en su primero y dio la vuelta al ruedo por su cuenta en su segundo, mientras que Sergio Galán, al que se le pidió la oreja minoritariamente en sus dos enemigos, recogió ovación en su primero y dio la vuelta al ruedo en el que cerraba plaza.

Se lidiaron cinco ejemplares de la ganadería de Benítez Cubero y uno (el 1º) de la de Pallarés, de mal juego, en general y con pocas fuerzas.

Lo mejor de la tarde llegó, como siempre, de la mano de Pablo Hermoso de Mendoza, que supo sacar todo el partido posible de sus dos oponentes, con un gran sentido del temple y de los terrenos de la lidia.

Los momentos más brillantes de la faena llegaron de la mano de Fusilero y Chenel. Con el primero, realizó espléndidas piruetas en la misma cara del toro y con el segundo, a la hora de poner banderillas, cambiaba el sentido de la embestida del toro, en su misma cara, en un alarde de espectacularidad. También destacó con Fósforo a la hora de poner las banderillas cortas. Mató a la segunda.

Con su segundo llegó lo mejor cuando, toreando con Curro, recibió al toro dando muletazos; labor que continuó luego, como si toreara con el capote, cuando montaba a De Paula. Mató a la primera.

NO QUISO ARRIESGAR

Fermín Bohórquez no quiso arriesgar mucho. Quizá el espada jerezano estuvo más pendiente del compromiso matinal que hoy tiene en Sevilla, pese a lo cual, se le aplaudió en su primero --montado sobre Jaleo-- a la hora de poner banderillas de las cortas. Mató de metisaca.

Con su segundo, las cosas nunca pudieron salir bien, pues al caballero jerezano, más pendiente de reclamar las ovaciones del respetable, le salieron los encuentros muy trompicados, con riesgo para él y sus cabalgaduras. Aunque el rejón cayó muy trasero, Bohórquez no tuvo sonrojo en dar una vuelta al ruedo que inició con las protestas de un sector del público.

Sergio Galán no se mostró muy acertado en su primero, pues precisó de varias intentonas en cada uno de sus encuentros con su oponente. Lo mejor llegó de la mano de Montoliú, poniendo banderillas al quiebro y luego haciendo el teléfono. Mató de dos pinchazos y un rejón entero.

Con su segundo, las cosas no pudieron mejorar pues los defectos del caballero madrileño se incrementaron ante un animal que, enseguida marcó sus propios terrenos y querencias, sin que el torero pudiera resolver la papeleta. Mató de pinchazo, rejón entero y descabello.