El hombre de la creencia, reflexiona Didi-Huberman, «siempre verá alguna cosa más allá de lo que ve» cuando se encuentre frente a frente con una tumba. Pablo Serrano abrió las cajas cerradas «mudas como una tumba» y lo que allí vio, lejos de confortarle, le indujo a «vaciar el lugar» del objeto mediante el fuego purificador capaz de revelar la «presencia de una ausencia». Juan Antonio Gaya, espectador privilegiado de las acciones de la Quema del objeto, quedó desalentado ante la espacialidad vacía: «Nuestros interiores, que creemos llenos de algo -de amor, o de talento, o de deshonor, o de miedo- también están vacíos». La continuidad existencial de los cuerpos desaparecidos no aquietó la angustia del miedo que provoca sentirse «amenazados por la ausencia». Serrano se planteó entonces el dilema de lo visible y afrontó la escisión dialéctica de la «forma» y de la «presencia». Surgieron entonces las Bóvedas para el hombre que, como anunció a Cirlot: «tienen la intención de ser cobijos para el hombre aunque estén en ruinas». Juana Francés, a su lado, convirtió el espacio de sus pinturas de la serie Arenales, hechas de arenas y sutiles ritmos orientales, en «tumbas» de escombros.

No parece que las experiencias del Drama del objeto y Quema del objeto de Serrano llegaran a ser comprendidas; al menos, así se deduce del comentario que hizo al profesor Will Grohmann, sobre lo mucho que había lamentado la respuesta de la crítica a su acción durante la inauguración de la colectiva Arte Actual en la galería 59 de la ciudad alemana de Aschaffenburg, en 1960. Y aquel año, Frank O’Hara, responsable de la selección de obras para la exposición New Spanish Painting and Sculpture en el MoMa, se decidió por Tauróbolo II y Espacio, a pesar de haber colaborado con Serrano en la Quema del objeto, durante su visita a la galería Biosca donde se presentaron las obras elegidas para la exposición en Nueva York.

Espacio y consuelo

Urgía construir un espacio que diera consuelo. En uno de sus cuadernos, Serrano escribió el propósito de las nuevas obras: «Después de una etapa en 1959, en que realicé varios trabajos partiendo de objetos y desarrollando la extensión de las líneas que los caracterizaban por su forma (...) comprendí que los problemas formales se daban en objetos de forma regular, así como un mundo informe aparecía en los no determinados por planos y aristas, como trapecios paralelepípedos de forma regular». De aquellas obras «surgió el tomar una parte de aquel espacio alrededor del objeto quemado dando así origen a las Bóvedas, espacio de cobijo o asilo, para el objeto, para el hombre».

El 3 de septiembre de 1961, el diario Informaciones de Alicante publicó la entrevista de Ernesto Contreras a Pablo Serrano en la cueva cercana al municipio de La Romana, propiedad de Mira Figueroa. Se habló de la elección de Serrano para representar a España en la Bienal de Venecia de 1962 y de sus esculturas que «tienen algo de fragmentos de cavernas», una relación muy cercana a la cueva de Figueroa, aunque «esta cueva ha sido ordenada y adornada» y las Bóvedas de Serrano «reflejan una angustiosa necesidad, están cargadas de fuerza emocional. Él lo dice: En el pequeño espacio más íntimo de la flor o del vientre materno, vamos naciendo a la vez que la vida, a la muerte. En vida vamos vaciando el espacio que nos rodea, cavando nuestro propio espacio donde el animal-hombre pretende guardar lo que simplemente colgó para decorar su más secreta intimidad».

Un año antes, el 22 de octubre de 1960, Serrano escribió a Cirlot para contarle que, por fin, Luis González Robles había dado respuesta a su petición de figurar en citas internacionales, invitándole a participar en la XXXI Bienal de Venecia (16 de junio-7 octubre, 1962), por lo que estaba trabajando en obras de gran tamaño de la serie Bóvedas para el hombre. De González Robles fue la estrategia de presentar a la crítica italiana una individual de Serrano en la galería L’Attico de Roma, en diciembre de 1961. El 22 de agosto de 1961, Serrano había recibido en su estudio de Madrid la visita del crítico José de Castro Arines con quien compartió el proceso de su trabajo que comenzaba directamente en escayola, material que le daba «el intuir de lo que la escultura será a su hora final», de cuya forma solo sabe que «ha de ser recordando una bóveda o sea, un espacio protector». Ante las Bóvedas de Serrano, Juan Antonio Gaya se preguntó si «este su mundo de cobijos es imagen del mundo que quedaría tras una bárbara o total guerra»; no tenía dudas de que la escultura de Serrano era la más descarnada y humilde y la más ambiciosa. «Humilde porque ha sido hecha con escombros, con trozos de ladrillos, con fragmentos de ruina. Y ambiciosa, porque con esos escombros procura construir algo mucho más virtual que un volumen, esto es, un además, una actitud de auxilio».

Como en ninguna otra exposición en la que figuraron, las Bóvedas para el hombre ocuparon un lugar con tanta rotundidad como en el Pabellón Español de la Bienal. Quedó a un voto de lograr el Gran Premio que ganó Giacometti. Betty Huberman dejó testimonio de su visita: «Ya al entrar en la primera sala siento que dejo de ser dueña de mí misma. Paso a formar parte de una atmósfera que no era la mía y que ya empieza a serlo. Insensiblemente me siento llevada por una fuerte corriente que me atrapa, me empuja y me conduce a través del mundo creado por Pablo Serrano. Con sus esculturas he entrado en el ámbito de sus Bóvedas para el hombre. He transpuesto los límites de un refugio que protege pero no encierra; que da apoyos para tomar impulsos y partir. El tiempo nuestro no espera, es cruel y da miedo, pero para protegernos nos da Serrano sus fieras, sus aves, sus rocas, su huecos».

El espacio interior de las Bóvedas para el hombre ofrece refugio a quien siente el impulso de mirarlas y situarse ante ellas en busca de protección, porque verdaderamente ejercen «la atracción primordial de la caverna y de la gruta», escribió Calvin Cannon; una atracción debida, quizá, a la necesidad «de escapar de los terrores que nos persiguen y de encerrarnos dentro», o «de identificarnos con el arco que hemos erigido».

A las Bóvedas para el hombre siguieron las series Hombres-Bóveda y Hombres con puerta. Será la puerta, se pregunta Didi-Huberman, nuestra última imagen dialéctica para cerrar -o dejar abierta- esa fábula de la mirada. En la decisión de pararnos ante el umbral o franquearlo, escribe, «se suspende toda nuestra mirada, entre el deseo de pasar, y el duelo interminable como interminablemente anticipado, de no haber podido alcanzarla nunca».

Con su escultura, Serrano anheló captar las huellas de la memoria de lo Sagrado que, como aclara Vicenzo Vitiello, «no es olvido de lo Sagrado, sino olvido de la memoria de lo Sagrado», para transmitir la fragilidad de nuestro tiempo. Y lo hizo apelando a la ruina.