El 11 de agosto de 1955 fue un día de fiesta en el municipio turolense de Crivillén. No era una fiesta de calendario sino de esas que surgen por sorpresa y aceleran las ganas de celebrar. Desde que se tuvo noticia del regreso a España de Pablo Serrano (Crivillén, 1908-Madrid, 1985) y de la visita que el escultor tenía previsto realizar a sus familiares, comenzó la organización del homenaje por los éxitos alcanzados durante su larga estancia en Argentina y Uruguay. Según las crónicas, Serrano llegó en coche sobre las seis de la tarde y saludó a las autoridades que, a última hora, acudieron con los vecinos a despedirle en compañía de una rondalla. No faltaron coplas. Durante su estancia en Zaragoza, Serrano se presentó en las redacciones de los periódicos. Consciente de ser un desconocido, llevó consigo imágenes de sus obras y notas con su trayectoria. En su artículo Pablo Serrano, escultor a dos vertientes (Heraldo de Aragón, 8 de septiembre), Borau Moradell se lamentó del enorme abismo existente entre los pueblos hispanos como lo demostraba el no saber nada de los éxitos de Serrano en Uruguay: el reciente Premio de Escultura del II Salón Nacional Bienal de Artes Plásticas le había permitido viajar a Europa con una beca de dos años para perfeccionar estudios.

Además, Serrano era uno de los artistas seleccionados por Uruguay para figurar en la III Bienal Hispanoamericana de Arte, próxima a inaugurarse en Barcelona. Ante las fotografías de sus obras, Borau destacó su vinculación con el arte europeo, particularmente italiano, y destacó los dos objetivos que interesaban a Serrano: la expresión y el movimiento. El 15 de noviembre, Serrano y Guayasamín presentaron mediante diapositivas sus obras de la Bienal en la Institución Fernando el Católico de Zaragoza. En diciembre se hizo público que Serrano y Ferrant habían sido galardonados, ex-aequo, con el Gran Premio de Escultura de la III Bienal. A partir de ese momento Pablo Serrano comenzó a ser reconocido.

PRIMERA ETAPA DE SU VIAJE

La primera etapa de su viaje la dedicó Serrano a conocer monumentos y ciudades españolas, y visitar escuelas de arte, dada su experiencia docente. Francia e Italia fueron los destinos de la segunda etapa, que realizó en 1956, con el crítico José María Moreno Galván y la pintora Juana Francés. De entre todos los lugares que visitaron, el ascenso al Vesubio determinó su modo de entender y hacer escultura. Serrano lo recordó, entre otras ocasiones, durante su conversación con José de Castro Arines, en 1961: «Mi primer verdadero gran contacto con la naturaleza fue al realizar hace unos años un viaje a Italia. En Nápoles, al subir al Vesubio y encontrarme ante aquella grandiosidad petrificada, ajena a la vida tal como yo la suponía de siempre, sufrí una conmoción inolvidable. Algo conmovedor dar de pronto con la realidad de una naturaleza que no era en la plenitud de la vida, pero sí en la plenitud de su dolor. Para mí fue aquello como topar de pronto con la naturaleza convertida en ruina, quintaesenciada ya por el tránsito de la muerte: algo distinto y tremendo, de verdad. A este contacto con la realidad para mí nueva de las cosas, le vino a mi escultura mucho bien. Entre otros bienes, el de pretender hacerla más honda y entrañable». En el Vesubio sintió la pesadumbre del dolor y de la muerte, y en París descubrió la obra de Julio González, aunque sería Oteiza quien más le influyó.

En enero de 1957 Pablo Serrano presentó en el Ateneo de Madrid su primera individual en España. Expuso 43 esculturas: 16 retratos en bronce; otras tantas planchas erguidas; cinco obras de la serie Mateando, en hierro y aluminio; y la secuencia de cinco Hierros, de empeño constructivo, como la serie de minúsculos volúmenes compactos en escayola, atravesados en los de hierro por el espacio. Con motivo de la exposición se editó Pablo Serrano. Escultor a dos vertientes, a cargo de Enrique Lafuente Ferrari, y un folleto con el texto de Serrano, A propósito de mis hierros, de 1956, donde cuenta el origen de su atracción por las chapas de hierro y los clavos de derribo, materiales con los que dar forma a un mundo en ruinas. «Un día subí a pie al Vesubio y sentí el deseo de recoger la escoria volcánica para aplicarla a mis trabajos. Había recorrido antes Pompeya, Herculano y Stabia. Un día anduve por un campo que parecía un osario prehistórico, por la forma de sus piedras; algunas de ellas estaban horadadas. Un día entré en una chatarrería y observé clavos de derribo y chapas de hierro. Sentí el deseo de agrupar todos esos elementos y ordenarlos. Trabajé intensamente hasta lograr imprimirles la emoción sentida y me encontré cómodo. Eso es todo».

EXPOSICIÓN EN MADRID

Borau asistió a la exposición de Madrid y su crónica se publicó en Zaragoza antes de que la muestra Hierros y bronces de Pablo Serrano se presentara en la Diputación de Zaragoza, entre el 14 y el 27 de marzo. No ocultó su sorpresa Borau ante «las abstracciones metálicas violentas, herrumbrosas, inquietantes» que habían sustituido a las obras que conocía por fotografías. Tenía claro que más que los retratos, lo que interesaba al artista era el juicio que habrían de suscitar sus hierros. «Hierros trágicos, misteriosos. Hierros forjados, clavos y trancas de hierro se agarran entre sí y forcejean o suspenden en concentración extrañas piedras filosofales, de origen volcánico». Advirtió que aunque pareciera que Serrano había dado un gran salto «sobre estadios intermedios», las constantes de su arte no habían cambiado. «El intento de apresar el espacio libre, de crear formas inmateriales delimitadas por formas concretas, permanece. Y es precisamente esta preocupación por el espacio -preocupación común con toda la escultura actual, probablemente la mejor conquista de la escultura actual al arte milenario- lo que sobrevalora estas elucubraciones abstractas de Serrano, lo que les da una dimensión más profunda». Un paso que el artista estaba obligado a dar, «si quería responder con toda sinceridad al cuestionario de su tiempo» pero, sin duda, un paso que le comprometía. El montaje en Zaragoza, que incluyó fotos de los proyectos monumentales de Serrano, se dispuso en dos espacios: en uno los retratos, y en el otro las obras más abstractas, con luces bajas y potentes.

Moreno Galván introdujo la obra de Serrano en el folleto, aunque sin la nota que en el texto mencionaba a Oteiza, cuyas experimentaciones espaciales y procesos de vaciamiento y desocupación de las formas del Propósito Experimental tanto interesaron a Serrano.

Para entonces Pablo Serrano había decidido no regresar a Uruguay. Además de exponer individualmente se había comprometido en la fundación de El Paso, que en abril de 1957 se presentó en la galería Buchholz. Tras su ruptura con el grupo, en verano, pensó instalarse en París durante una larga temporada pero finalmente se quedó en España.