Pues sí. La Semana Santa de mi infancia era odiosamente aburrida. Si encendías la radio, en vez de salir por ella gardenias machinescas, jacas que galopaban y cortaban el viento o un jotero navarro que quisiera volverse hiedra, era una lúgubre y perpetua música sacra la que te recordaba que estabas en unos días en que por decreto habían de ser tristes. Y apagabas el artilugio zumbando, claro. Si, por despiste, eras tú quien empezaba a canturrear, tu señora madre te chistaba ordenando silencio y recordándote con piedad heredada que estaba muerto el Señor. Así que te bajabas a la calle a jugar con la pandilla. Calle y pandilla eran firmes columnas que nunca fallaban.

Pero la mañana del viernes era distinta a las demás de la semana y el tedio desaparecía. En la parte alta del Coso ponían sillas de pago para los comodones y adinerados que no querían presenciar de pie la interminable procesión de la tarde. Para el pueblo llano sólo quedaba libre el trozo de acera de la Audiencia, por lo que a partir de las ocho de la mañana ya desfilaba por allí todo el barrio a reservar sitio gratuito para el evento vespertino. La algarabía mañanera de los críos yendo y viniendo alegraba por unas horas la mustia Semana Santa. Y allí pasábamos el día jugando, gritando, riñendo, sentándonos, levantándonos, yendo a comer por turnos y vuelta a empezar, hasta que llegara la procesión general.

Esta iba solemnemente encabezada por vistosa guardia municipal montada, y aún más solemnemente seguida por los barrenderos --a barrendero por caballo-- con uniforme y gorra de plato, provistos con escobillón, recogedor, capacho, imbuidos de su alta e imprescindible misión de dejar los adoquines libres de las boñigas humeantes y perfumadas que los corceles tenían a bien ir soltando sin respeto alguno para jolgorio de la chiquillería. Sustituida la bizarra presencia barrenderil por una furgonetilla aséptica, la procesión jamás recobrará la prestancia, ni el olor, que tuvo.

Pero jamas vimos procesionar . Entonces, ni mucho menos después, no se procesionaba . Ahora, tan exquisito vocablo va apareciendo en los medios de comunicación, por más que la RAE, gracias sean dadas a Cristo resucitado, no se quiera enterar de la existencia de tal invento. A quien lo usa, quizá debería dársele un pescozón, o sea, para ponernos al día, habría que pescozonar .