El paseo hasta la ribera del Ebro donde se sitúa la intervención escultórica que Fernando Sinaga (Zaragoza, 1951), Premio Aragón Goya y uno de los artistas españoles de mayor proyección internacional, da cuenta del maltrato hacia el patrimonio por parte de la institución responsable: el Ayuntamiento de Zaragoza. Amparados, quizás, en lo que hoy consideran tremendos fastos de la celebración de la Expo’08, sus responsables dan la espalda a todo lo que la recuerde. Incluidas las obras de arte cuyo cuidado, conservación y restauración no son prioritarios en su programa. Las Pantallas espectrales sobre el Ebro con las que Sinaga nos enseñó a ver el paisaje con una mirada más profunda, han sufrido tanto que hoy son ruinas.

Una realidad insultante que no interesa a los nuevos políticos ni tampoco a quienes se arrogan la defensa del patrimonio en esta comunidad. Todos callados. O casi todos, que Jesús Pedro Lorente, nuevo catedrático del departamento de Arte de la Universidad Zaragoza, deja muy clara su posición cuando se escuda en el resultado «demasiado críptico» de la intervención para ocultar su desconocimiento y responsabilizar al artista incluso del actual estado de conservación de la obra.

Nada queda del proyecto de Sinaga. Incluso el monolito informativo ha sido arrancado. Nostalgia de tantos paseos para «ver» el paisaje en sus pantallas espectrales. Cada día diferente. Y a cada momento distinto. Recuerdos que necesariamente hay que recuperar. Aún hoy es posible.

Durante varios meses y a lo largo de muchas visitas, Fernando Sinaga acudió al lugar en el que habría de intervenir. La proximidad del río fijó los límites inciertos y fugaces de un paisaje cambiante que se propuso fijar en su inestabilidad para la contemplación de quienes decidieran caminar por un territorio no especialmente transitado, con la sola compañía del rumor de los árboles y el sonido del río.

Finalmente definió el proyecto, que consistió en tres grandes pórticos de acero pintado en rojo, de tres metros de altura, sobre los que se sitúan unas pantallas en dintel de siete metros y medio de longitud, construidas con vidrio dicroico, cuyo reverso opacó para transformarlas en espejos. Estos espejos cromáticos, cuyos efectos tonales se multiplican por la incidencia de la luz, tienen la capacidad de reflejar la imagen desenfocada de la realidad abriéndola al imaginario; actúan como aceleradores de la visión y modificadores perceptivos que invitan a mirar la realidad de un modo más intenso y profundo. No otra cosa es la contemplación: ver profundísimo, al decir de Goethe.

Una cuestión determinante fue la disposición de los tres pórticos que Sinaga decidió ubicar de modo que trazaran un recorrido circulatorio con el que acentuar discontinuidades, toda vez que traspasado el umbral del primero, en cualquiera de las dos direcciones de entrada, el espectador se convierte en partícipe de este observatorio construido en el paisaje natural que le empuja de lo visible a lo invisible. Aun cuando Fernando Sinaga está convencido de que lo invisible está inserto en lo visible: «es una sustancia sutil y una relación imperceptible entre las cosas que nos obliga a descifrarlas». Revelar la dimensión de lo invisible es una de las obsesiones a las que se mantiene fiel en su obra visual y teórica.

La naturaleza cinética del río queda así asociada a la naturaleza cinética del paisaje que reflejan las pantallas espectrales y visionarias que Sinaga construyó junto al Ebro. El río y el paisaje que lo bordea tienen su reflejo inestable en estos pórticos, hitos culturales y emocionales en permanente transformación, en continua fuga, donde el camino nunca es único. Penetrar en el espacio que dibujan los pórticos-pantallas es hacerlo en un lugar donde la experiencia del paisaje se abandona al dinamismo de un mundo flotante. Sin otro mecanismo que la mirada, absorta en la belleza, en la melancolía y en la fugacidad de unas imágenes transitorias. El emplazamiento y desplazamiento del espectador, aseguró Sinaga, son los factores esenciales de la memoria espacial.

Tan importante como el lugar y la posición es la escala, que en sus obras de arte público trata de situar a la medida de la proporción humana, y, por supuesto también, el material elegido, pues Sinaga sabe que la escultura no es sólo un medio para expresar una idea y darle forma, sino «el arte de intervenir en la materia abriéndola, desvelándola, ocultándola, y sus resultados tienen el poder de modificar el espacio». Motivo por el que toda su obra, como ha escrito Miguel A. Hernández-Navarro, está atravesada por la presencia del otro espectral, ese saber que no se sabe, algo que se patentiza en la sensación de la inquietante extrañeza que uno siente ante sus esculturas. Porque esto es precisamente lo que fascina a Sinaga: desvelar el potencial revelador de la escultura y su capacidad para reflejar lo oculto, por tratarse de «un arte que sabe integrar todo aquello que necesita para ampliarse y no sucumbir. Un saber del espacio y del lugar, un conocimiento del emplazamiento y un pensamiento que se hace materia y forma, y donde la fractura de cada resultado es esencial para ser lo que es». Todas estas reflexiones convergen en las Pantallas espectrales sobre el Ebro con las que Fernando Sinaga creó un nuevo «lugar de memoria» que hemos de proteger.