El papa Francisco no ha venido a Cannes. Quizá tenía otros compromisos, o quizá se lo impidió el estricto protocolo del festival, en cuya alfombra roja está prohibida la sotana. Aunque previsible, la ausencia sin duda ha deslucido el estreno mundial de Papa Francisco: Un hombre de palabra, lo más parecido que una película puede llegar a ser a una misa vaticana. Diga lo que diga su título, el nuevo documental de Wim Wenders ofrece muy poco hombre y mucha palabra. No tiene tiempo de explorar ni la biografía ni la psicología del artista antes conocido como Jorge Bergoglio; está demasiado ocupada dejando que su protagonista elabore un Manual del buen cristiano.

«Nunca se me había pasado por la cabeza hacer una película sobre el Papa, pero un día recibí una carta del Vaticano», aseguró ayer Wenders, que recibió una educación católica pero, confesó, no tardó en perder la fe cristiana. La explicación deja en evidencia la vocación autopromocional del documental, que pasa la primera mitad de su metraje señalándole como el heredero directo de San Francisco de Asís -«un auténtico revolucionario, que dinamitó la Iglesia desde sus cimientos»- y como un héroe con una misión: combatir la pobreza.

A partir de entonces, el Pontífice despacha temas de forma rápida y expeditiva como quien rellena casillas de un boleto de la Primitiva. Integremos a los gais y las mujeres, afirma. Contra los pederastas, «tolerancia cero», insiste. Hay que acabar con el comercio armamentístico, sentencia. En el proceso, Wenders demuestra que las cuatro conversaciones filmadas que mantuvo en el Vaticano solo sirvieron para dejar que su cliente vendiera el producto. «Los sacerdotes deben practicar el apostolado de la oreja: saber escuchar». «La rapidez del mundo moderno arruina la salud, la familia y la sociedad». «El pobre más pobre es la Madre Tierra». «El gran remedio es el amor». Y así.

Y cuando habla de la importancia de la sonrisa y el buen humor mientras dedica a la cámara una seductora mirada, a punto está de convencernos de que, más que un Pontífice, es un santo. Y, de nuevo, esa es la idea. Que nadie se enfrente a ella esperando obtener de ella una experiencia artística mínimamente satisfactoria pero, eso sí, los espectadores más entregados saldrán del cine siendo mejores personas. Algo es algo.