Tras el éxito de Tangram en 2011 y Los Últimos en 2014, Juan Carlos Márquez vuelve a la novela con Resort, una divertida y cáustica narración sobre la estancia de tres días de una familia en un hotel de playa en el que acaba de desaparecer un niño alemán, un escenario donde todas las pequeñas trifulcas e incomodidades propias de las vacaciones de verano salen a la luz. Márquez visitó Zaragoza para presentar su novela en el IAACC Pablo Serrano.

—Leyendo su novela da la sensación de que habla sobre cosas que se ha guardado durante años.

—Muchas de las cosas que salen en el libro son cosas que me hubiese gustado hacer durante mis vacaciones pero que nunca me atreví a hacer. Como echarle la bronca al socorrista por dejar que la gente ocupe las tumbonas sin estar presente, o enfrentarme con el abuelo, que por cierto es un personaje real con el que he convivido en Comarruga, que delimita todas las mañanas su parcela de 12 metros cuadrados en la playa.

—¿Son las vacaciones un tema tabú?

—Parece que en verano tenemos la obligación de ser felices contantemente, de que todo sea perfecto. En un resort eres esclavo de los servicios que te dispensan, en ese sentido los hoteles son prisiones de lujo hasta que el último día vomitas todas las quejas en la encuesta. Resort es una novela sobre las incomodidades, sobre la arena de los zapatos, sobre esas cosas que cuando vuelves de vacaciones no les cuentas a tus amigos.

—¿Por qué siguen triunfando estos complejos hoteleros?

—Bueno, también tienen cosas buenas, son lugares muy prácticos donde por una semana no tienes que hacer todas esas cosas que haces durante el año, como limpiar, fregar, cocinar etc. Después existe una dimensión social, donde si dices que te vas de vacaciones al pueblo no te miran igual que si dices que te vas al Cañón del Colorado. La gente incluso pide créditos para irse de vacaciones.

—¿Es España la trastienda turística de Europa?

Yo creo que sí. Somos una especie de paraíso veraniego de la Europa dura, y además ellos lo saben y nos utilizan. Llegan a nuestros hoteles y tienen su noche mexicana, su noche hawaiana, como si España fuese una condensación del mundo exterior que jamás visitarán. A veces vienen con la sensación de que llegan a Las Vegas, se ponen sus mejores ropas, sus joyas, los tacones, como si no tuvieran una percepción muy clara de donde están. Somos una especie de parque temático para ellos.

—Su novela tiene apenas 120 páginas. ¿Cómo consiguió hablar de todo esto en un espacio tan reducido?

—Yo he sido cuentista antes que novelista, de modo que siempre he trabajado con la economía de las palabras. Resort es una novela sin recuerdos, no hay ningún personaje que se ponga a pensar en que hizo el verano pasado o en su primer amor, que es algo que siempre rellena mucho las novelas. Me sale solo, tengo serios problemas para alargarme, si me hubiese descuidado me sale una novela de 70 páginas. Al final cuando escribes plasmas el ritmo de tu cabeza, yo me considero casi un rapero. Intento plasmar estados de ánimo, por eso mis sesiones de escritura nunca sobrepasan las dos horas, ya que si me paso de ese tiempo pierdo la cabeza. Eso hace que me cueste muchísimo escribir novelas, para escribir estas 120 páginas me he pegado casi tres años.

—También es una novela de pequeños detalles.

— Bueno, a veces parece que para que una novela apele a tus sentimientos tenga que hablar del Holocausto o de un enfermo terminal, cuando realmente a veces hay pequeños detalles cotidianos que depende de cómo los cuentes tienen el mismo efecto.

—El niño desaparecido en su novela es poco más que un Macguffin.

—La novela no trata sobre el niño, habla sobre como el niño no le importa a nadie. La novela habla sobre el egoísmo y el individualismo contemporáneo, y sobre la percepción que tenemos de las noticias. Consumimos con mucha intensidad pero también olvidamos con mucha facilidad. Lo que nos es lejano no nos importa, y lo que es cercano si no es afín o familiar va perdiendo importancia con el paso de los días.

—Así que se trata de una novela sobre el egoísmo y la apatía.

—El niño que desaparece en mi novela es alemán, si hubiese sido marroquí o iraquí ni te cuento. Quería hacer un pequeño paralelismo con el tema de los refugiados. Mientras miles de niños pierden la vida en las playas de Europa un solo niño alemán desaparece en un resort. Al gobierno no le importa el niño, lo que le importa es no ahuyentar a los turistas. Si no somos generosos con gente que sale de un país en guerra y viene a nuestro país a ganarse la vida ¿Cómo vamos a ser generosos entre nosotros en las pequeñas cosas de la vida? Somos la enfermedad, somos así.