El norteamericano Kelly Finnigan y su poderosa banda (dos guitarras, bajo, batería, saxo tenor, trompeta y dos coristas) ejerció el domingo en Delicias de auténtico reverendo del soul, cantando el gran sermón de la negritud, las gozosas escrituras del trance, el ritmo y la profundidad de esa oración profana que derivó de otra más sacra (gospel) y se enredó con el vacile del doo wop y la intensidad del rhythm & blues. Fue en el penúltimo concierto del ciclo invernal de Bombo y platillo, y puso al auditorio los pelos de punta, la carne de pollo y el corazón a 120 pulsaciones.

Finnigan, de notables cualidades vocales, es una enciclopedia viviente del soul, pero es más que eso: es un compositor inspirado que bebe sin rubor, pero con trago propio, de todas las fuentes que en el estilo han sido y son. Y al contrario de muchos de los llamados nuevos souleros, Finnigan tiene empuje, energía, vibración y carisma. Construye sus canciones con mucho gusto y no menos color: son de factura impecable, con arreglos son brillantes y juegos corales, espléndidos. Y ese material lo pone en manos de un grupo excelente que arropa su voz con tanta elegancia como vigor. Trabaja con los patrones clásicos de los años 60, sí, pero en ocasiones empuja a las guitarras una década más allá para cambiar de registro y acercarse al soul-rock (es el caso de Trouble).

El domingo por la tarde armó el repertorio con piezas de The Tales People Tell, su disco más reciente (Smoking & Drinking, I Called You Baby Back, Catch My I’m Fallin, Since I Don’t Have You Anymore, Impresions Of You…) y otras más antiguas: I’Don’t Wanna Wait y la fulgurante Open The Door To Your Heart.

Tanto con envolventes tiempos medios, como con ritmos desatados, Kelly Finnigan nos transportó en Delicias al paraíso de los grandes dioses del olimpo del soul. Grande, este Kelly, ¡oh, Lord!