La moda no preocupaba en exceso a las clases más humildes de la sociedad hasta hace relativamente poco. Lo que realmente marcaba la forma de vestir, tanto en Aragón como en el resto del mundo, era el clima de la zona en la que se vivía; y el dinero que podía gastarse en esa ropa. Así lo manifestó la comisaria Marian Rebolledo, durante la inauguración de la exposición Vida y Moda, que puede verse en el Museo de Zaragoza y que ofrece al espectador un recorrido por la indumentaria aragonesa desde los siglos XVIII al XX; un periodo que se inicia con la tradicional y que culmina cuando la moda comienza a abandonar los localismos a favor de una globalización que continúa hasta hoy.

La exposición, que cuenta con más de 150 piezas originales, de las colecciones de Somerondon y de coleccionistas privadas, contó con la presencia de Isidro Aguilera, director del Museo de Zaragoza; Nacho Escuín, director general de Cultura del Gobierno de Aragón; representantes de los patrocinadores, la DPZ, El Corte Inglés y EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, además de decenas de aficionados al arte textil.

Rebolledo hizo hincapié en esa doble vertiente que marca la vestimenta aragonesa, el clima (no hay que olvidar que se trata de abrigar para las tareas del día a día, sea las que fuere) y el presupuesto. En este sentido, señaló que en la muestra se incluyen trajes más lujosos que «de clase baja»; porque «no se desgasta igual tomando chocolate en casa de la marquesa» que el utilizado para ir a trabajar, que «luego se reciclaba para los niños y definitivamente para trapos». Por eso «nos han llegado las mejores galas», dijo Rebolledo.

La muestra se divide en varias áreas temáticas. La primera, la dedicada al siglo XVIII, cuando la clase popular y la alta se influian mutuamente a la hora de vestir; aunque esta última variaba más las tendencias y podía vestir igual en Zaragoza que en Sevilla. Aquí destacan unas casacas muy originales, de hombre y de mujer, hechas con la mismta tela; o un traje negro de respeto, entre otras.

En el siglo XIX la geografía marca la moda. En el Pirineo, abrigos, gorra larga, chaleco cerrado y las mujeres se cubrían con pañuelo y caputxo por el frío; en el Valle del Ebro, donde se exponen unos bellos mantones y sayas; y en Teruel, representados por su pastores, sus pellizas y sus zapatos.

Ansó tiene un apartado especial, con representación en la sala y en un audiovisual, para mostrar todos los refajos. Y para terminar una casita con la ropa blanca, que no se veía, la interior con los maniquís de Cativiela (reproducen a la familia que donó la ropa); y una zona dedicada a la transición, donde convive la moda más occidentalizada (el pantalón del hombre es largo y la mujer abandona el mantón por la toquilla), con la forma más tradicional de vestir.