Uno de los prejuicios más extendidos que existen contra el cine de arte y ensayo es, indirectamente, culpa de Éric Rohmer; así queda demostrado en el 'thriller' 'La noche se mueve' (1975), en una escena en la que Gene Hackman recuerda lo que sintió al ver la película más famosa del francés, 'Mi noche con Maud' (1969): «Fue como ver la pintura secarse». Y, hasta cierto punto, es comprensible porque, en el cine de Rohmer, la acción son los diálogos. Los personajes hablan entre sí sobre sus emociones y sus ideas acerca del amor y el deseo, y lo hacen con precisión dialéctica, aplomo intelectual y elegante indolencia, a menudo mientras fuman y beben vino, en cafés y apartamentos o bajo cielos veraniegos y plácidas playas.

Tan distintivas son las películas de Rohmer en términos de tema, tono y estilo que ahora, cuando se cumple el centenario de su nacimiento, sigue siendo uno de los pocos cineastas cuyo nombre se ha convertido en adjetivo; existen el cine hitchcockiano, el felliniano, el rohmeriano, y pocos más. Y su legado artístico es incuestionable. Junto a sus ilustres amigos -Claude Chabrol, Jacques Rivette, Jean-Luc Godard, François Truffaut-, Rohmer revolucionó el mundo del cine, primero ejerciendo la crítica al frente de la revista 'Cahiers du Cinéma' y luego, desde 1959, como uno de los directores miembros de la célebre 'Nouvelle Vague'.

A lo largo del medio siglo posterior, hasta su muerte en el 2010, creó más de dos docenas de películas en su mayoría agrupadas en tres grandes series: sus seis 'Cuentos morales' (1963-1972) contaron sendas historias de un hombre enamorado de una mujer y tentado por otra; sus seis 'Comedias y proverbios' (1981-1987) retrataron los flirteos y las volubles emociones de la juventud; y sus 'Cuentos de las cuatro estaciones' (1990-1998) propusieron una historia de amor para cada época del año.

Experiencias y conflictos

En el proceso, su mirada apenas se desvió de las pretensiones, los impulsos y las ilusiones de las clases privilegiadas; personas emocionalmente vulnerables que intentan enamorarse, a menudo en vano; que se inquietan y se lamentan, llegan a conclusiones precipitadas y cometen errores cuando sus deseos chocan con la realidad, la moral y el sentido común; que tienden a analizarlo todo en exceso, especialmente sus propias emociones, y que suelen acabar saboteando sus propias posibilidades de ser felices. En otras palabras, la obra de Rohmer propone un método de eficacia probada para explorar experiencias y conflictos que son tan antiguos como la propia naturaleza humana, y por tanto es lógico que siga siendo una influencia de primer orden entre incontables cineastas actuales.

Quentin Tarantino suele explicar que, en sus años de empleado de videoclub, el proyector de VHS del local solía estar ocupado con películas de Rohmer, y que de ese modo creó una legión de acérrimos fans rohmerianos entre la población de Los Ángeles. Aún pasarían varios años hasta que uno de sus compañeros de generación, Richard Linklater, dirigiera 'Antes del amanecer' (1995), que alguien definió como «la mejor película de Rohmer que Rohmer no dirigió»; y varios más hasta que otro de los grandes retratistas del comportamiento humano del cine actual, Noah Baumbach, modelara 'Margot y la boda' (2007) a la manera de otra obra cumbre del francés, 'Pauline en la playa' (1983). «Me gustan los momentos de transición en la vida, esos en los que tratamos de completar a la persona en la que queremos convertirnos, y que Rohmer retrató de forma tan hermosa», afirmó una vez Baumbach, que, por cierto, tiene un hijo llamado Rohmer.

Amor, infidelidad...

En películas como 'Metropolitan' (1990) y 'Damiselas en apuros' (2011), Whit Stillman evocó el espíritu rohmeriano retratando a personas jóvenes y hermosas que usan el poder de las palabras para forjar y romper lazos románticos, y sugiriendo que el corazón y el deseo no siempre son buenos consejeros.

Y Hong Sang-soo, estrella del cine de autor actual, ha hecho carrera usando largas escenas de diálogos sobre el amor, la infidelidad y el arrepentimiento para hurgar en la verdad sobre las relaciones entre hombres y mujeres; se le suele definir como «el Éric Rohmer coreano» y esa es una etiqueta algo simplista pero, como explica Jonás Trueba, inevitable. «Rohmer era tan bueno que en el momento en que ves a dos personas hablando con verde al fondo y al aire libre te dicen que eres rohmeriano», ha afirmado en su día el director de 'Los exiliados románticos' (2015) y 'La virgen de agosto' (2019), y lo más parecido que existe al Éric Rohmer español. «Pase el tiempo que pase, su cine sigue vivo».