Hacer pensar, reír, llorar, sentir "cosas y entender más cosas del ser humano y del hecho de ser español". Este es el objetivo del espectáculo Patente de corso, una alegoría "sobre el bien y el mal" que hoy se pone en escena en una única función, en la sala Mozart, a las 21.30 horas.

Alfonso Sánchez, director y actor; y Alberto López, actor, se han atrevido a llevar a escena la adaptación de la obra de Arturo Pérez Reverte, "teatro con mayúsculas", que fusionan con monólogos, música, etc.. Estos le propusieron que les escribiera un texto teatral, él se negó y a cambio "puso a nuestra disposición toda su obra para que adaptáramos lo que quisiéramos", así que optaron por los artículos periodísticos --cuatro libros editados y más de 1.200 artículos-- porque "es lo más parecido a lo que estábamos haciendo", explica Sánchez (la Trilogía sevillana o la película El mundo es nuestro) y porque es una "obra comprometida, honesta y no se ha casado con nadie en los últimos 30 años, además de hacer un análisis exhaustivo, clarividente y de sentido común extraordinario sobre la identidad de ser español", reconoce.

Por su parte, Alberto López, explica que el proceso ha sido "totalmente artesanal", llevado con una "responsabilidad y un pudor extraordinario" ya que que, primero "tenía que gustar a Arturo, a nosotros y también al público", por eso han sido "muy cuidadosos" con el trabajo de Pérez Reverte a la hora de llevarlo a escena (contaron con la colaboración de Ana Graciani).

Aunque el escritor ha subtitulado Patente de corso como La tragicomedia de ser español, Sánchez y López lo hacen como Tratado del hijoputismo ibérico; y trata sobre por qué "el español es cómo es; por qué la mitad somos como somos y la otra mitad quieren imitarlos", define López; quien añade: "Si ahondas un poco más, se analiza la concepción del ser humano, se habla de soledad, amistad o de lo canalla y pusilánimes que podemos llegar a ser".

Alfonso Sánchez es Luciano, "un malo de libro, un viejo pirata, un auténtico hijodeputa que ha sobrevivido a todos los avatares de su vida, gracias a una patente de corso que tiene en su poder, firmada por el rey Fernando VII, que le permite cometer actos prohibidos, aunque es una excusa para autojustificarse de su falta de escrúpulos. Lo salva que pese a ser un viejo corsario, conserva un código de honor, que permite que siga siendo humano".

Alberto López es Mariano, "un tipo pusilánime, un ciudadano modélico al que no paran de darle palos. Cada vez se cabrea más y más con lo que ocurre en España y cada vez tiene más ganas de ser menos modélico, más canalla y más cabroncete. Eso es lo que va a buscar con Luciano, hacer un pacto con el demonio, ya que está dispuesto a recibir todo tipo de lecciones para ser un gran hijo de puta"

En la función hay un decálogo para saber si uno nace o se hace y la conclusión, declara López es que "el hijo de puta se hace y el hijoputa nace; el primero se lo gana a pulso, lo lleva en la genética, mientras que el segundo es un tipo de andar por casa, un quiero y no puedo", pero todo contado con palabras de Pérez Reverte, "un tío que tiene más guasa de lo que la gente piensa".

Aseguran que España da para "mucho teatro" porque "son 500 años aguantando hijos de puta, aunque ahora están saliendo como champiñones", dice Sánchez; y añade: "Estamos hartos de que se criminalice al ciudadano que lo único que hace es intentar sobrevivir".

¿Qué harían si tuvieran una Patente de corso? Alfonso Sanchez: "Me embarcaría en un galeón y surcaría los mares robando y hundiendo a hijosdeputa". Alberto López: "Madre mía... por algo que nos merecemos todos los españoles, lo usaría para limpiar este país de canallas", concluyen.