Seis toros de Luis Algarra para Sebastián Castella (oreja y silencio); Paulita (oreja y oreja tras petición) e Iván Fandiño, silencio en ambos. En torno a media entrada.

El experimento de programar una corrida de toros el día del chupinazo era toda una incógnita y al final, confiando en la presencia masiva de visitantes durante el fin de semana, la realidad acabó por poner las cosas en su sitio.

El sol, territorio tomado por las peñas, clareaba algo. Dicen que está todo vendido y que los que faltaban eran víctimas del calimocho mañanero. Es posible. Y no es plausible la teoría de que la ración fuera tal para abotargarlos tanto como para no jalear como de costumbre hasta el más mínimo detalle o incidente dentro o fuera del ruedo.

Esa corriente de indiferencia se instaló también en la sombra, ausente del festejo, apenas concernida por lo que en el ruedo ocurría. Extraño devenir de un espectáculo en el que se atisba un modo de hacer de la empresa, la persecución de un fin loable: dotar a esta feria de una identidad reconocible.

Por supuesto, en el toro. La corrida de ayer se acercó (por fuera, el comportamiento es otra cosa) algo más al prototipo de lo que esta plaza requiere. Ese segundo animal vareado de carnes, reunido y con su remate por detrás, con sus pitones bien colocados y limpios por afilados. Ese ha de ser el toro de Huesca.

POR LOS SUELOS Luego está lo que llevan dentro y si lo puede arrastrar su aparato locomotor. Ayer, ni de lejos. Demasiadas escenas de toros rondando por los suelos. Los tercios de varas simulados, de apenas un encontronazo y acaso ese picotazo que tan siquiera hace sangrar al toro. Cero quites, alivio en las muletas que volaban a media altura, tiento en las distancias para que los animales se vinieran por su ser sin sufrir el mínimo quebranto- Cuidarlos, no cuidarse de ellos. El mundo al revés. Mal negocio.

Claro que para eso estaba el presidente Luis López, que a base de pañuelazos sin apenas solicitud de la masa puso en manos de los toreros tres orejas de las que podría justificar la segunda de Paulita por una estocada fulminante. Pase.

LAS FAENAS El triunfador numérico fue a la postre un Luis Antonio Gaspar Paulita que se enfrentó a un lote muy dispar. Al primero dio orden de no picarlo. Ni perforar la piel, vamos. Por el lado izquierdo tenía más vida pero un viaje más descompuesto culminado siempre por alto. Por el contrario, derecheando el toro se mostraba más suavón.

El quinto, flojo y descuadernado entregó a regañadientes embestidas arrastradas por una muleta provista como con gancho de grúa. Paulita insistente y el público- disidente. Más champán.

El francés Castella fue el más afortunado. Su lote ofreció más posibilidades. Sobre todo el primero, con un gran pitón derecho que el galo exprimió a placer. Faena que otro día y en tercer o cuarto lugar hubiera sido premiada con dos orejas. Y trámite tibio e indolente en el cuarto.

Por su parte, Iván Fandiño, prendido al entrar a matar al tercero y, tras ser intervenido en la enfermería de la plaza, tuvo el gesto de salir a despachar al sexto, un no toro, con no fuerza, no embestidas y no emoción. Antes, había padecido la fatídica voltereta de su primero, hecho que arruinó cualquier posibilidad de lucimiento.