Pese a su complejidad (o tal vez por eso) la música de Bach ha sido y es fuente de inspiración para músicos de géneros y estilos muy diferentes. Y más: las composiciones del genio de Eisenach permiten acercarse a ellas desde presupuestos variados. Si Jaques Loussier metió a Bach en cintura de jazz, Uri Cane dio aires tropicales a las famosas Goldberg Variations, Pier Akendengue y Huges de Courson lo llevaron a África en el disco Lambarena, y La Fura dels Baus armó el peculiar espectáculo Free Bach a partir de la Cantata campesina. Solo son algunos ejemplos de los muchos que podríamos citar. Otra aventura con Bach a cuestas es la iniciada por el dúo Pekata Mundi (Fumie Ono, piano eléctrico, y Xavi Gonzalvo, mandolina y mandola), que el viernes presentó en el Centro Cívico Delicias, iniciando así el ciclo de conciertos Música en las nubes.

Sí, ya sé que puede parecerles algo estrambótico abordar una cantata o una sonata con mandolina, pero puedo asegurarles que la tímbrica de ese instrumento, en combinación con el piano, muestra un Bach tan diferente como atractivo. Tras el inicio de la actuación con dos cantatas sacras, estos pecadores del Barroco entraron en la Sinfonía Nº 13 y fueron después sin miramientos a por la Bourrée en Mi menor, que ya en su día sopló con su flauta Ian Anderson (Jethro Tull), el hombre que tocaba con una sola pierna (apoyada en el suelo, quiero decir). Pero Pekata Mundi abordó esa pieza acentuando sus aspectos folclóricos y llevándola casi a orillas del Volga. Otra cantata (esta profana), El rebaño pasta serenamente, dio paso a una Suite Nº 2 en Sí menor que transformó la polonesa en habanera. La Sinfonía Nº 7 para clave (entiéndase, cuando hablamos de obras largas, que nos referimos a fragmentos) nos preparó para un minueto extraído del llamado Cuaderno de Anna Magdalena Bach (la segunda esposa del maestro), que en realidad son dos (cuadernos, no esposas), que Johann Sebastian le escribió para que fuese practicando. La Invention Nº 1 y la Badinerie, de la Suite Orquestal Nº 2, sonaron antes que el Andante de la Sonata Nº 2 para violín.

Pero la maestría y audacia de los pecadores no había terminado: tocaron la composición que el romántico Charles Gounod diseñó para superponerla al Preludio Nº 1 de Bach, conocida como Ave María, unieron la Bachiana Nº 5, del brasileño Heitor Villalobos, con el Preludio en Do menor, y antes de la retirada recordaron al músico ambulante, arpista y cantante irlandés (ciego) Thurlough O’Carolan, muy influido por el espíritu del Barroco, y dijeron adiós a la japonesa con una bellísima pieza originaria de Okinawa, que en aquellas latitudes se toca no con mandolina sino con Shamisen, instrumento emparentado con el banjo. En fin, lo mejor que puedo decir es que Ono y Gonzalvo sigan pecando mucho. La velada continuaba con Hot Hands, pero como escribí de esos dos magos del blues (Cossio y Pardinilla) recientemente, me di una vuelta por el bar Teatro Inevitable, donde Bladimir Ros mostraba en acústico canciones que aún no ha grabado y alguna pieza de su primer disco.

Ya saben que Ros Beret (voz) y Carlos Chauan (guitarras) lideran ese grupo que un día definí como una mezcla de rock de imprecisa frontera de humos y nocturnidades y nostalgia del folclore, sin parangón alguno por estas tierras. Fue un concierto entre amigos, el del viernes, pero lo suficientemente sólido para apreciar la fuerza de apuestas como la excepcional Canción de Navidad (emparentada con el Cohen más oscuro), una fulgurante versión del gran cantautor ruso Vladimir Vysotsjy, Mejicana e incluso una gamberrada como La depresión del Ebro. Bladimir Ros es transgresión de muchos grados.