El filósofo Emilio Lledó (Sevilla, 1927) ha recibido la noticia de la concesión del Premio Nacional de las Letras Españolas, que distingue una trayectoria en cualquiera de las cuatro lenguas de la península, poco después de participar en una rueda de prensa de otro premio, el Antonio de Sancha que conceden los editores madrileños. Pero aún hay más, en tan solo este último mes el pensador y académico de la lengua --suya es la letra ele minúscula--, discípulo de Hans-Georg Gadamer, ha recibido dos distinciones más, el de ensayo Pedro Enríquez Ureña que concede la Academia Mexicana de la Lengua y el José Luis Sampedro en la pasada edición de Getafe negro. Lledó se ha tomado la avalancha con humor. "Se ve que por la edad me está cayendo algún que otro premio en estos días", aseguraba cautamente a la Agencia Efe, este gran maestro de la filosofía española que ha centrado su interés en el lenguaje como instrumento fundamental para el pensamiento.

El jurado ha reconocido a Lledó "por su pensamiento y dilatada obra, que armoniza la filosofía del Logos, la hermenéutica, el valor estético y ético de la palabra, la defensa de la libertad y reivindica la vocación docente". Igualmente ha destacado su aportación de una vía filosófica propia en la que el saber antiguo (Emilio Lledó es un experto en clásicos como Platón y Aristóteles) ayuda al saber presente. Es un gran ensayista y divulgador de alto nivel, entre los temas que trata destacan la defensa de la lectura, la felicidad, el silencio, la belleza y la verdad".

El pensador llegó a los 6 años al popular barrio de Vicálvaro, en Madrid donde fue destinado su padre, militar de artillería. Allí el futuro filósofo vivió la experiencia de la guerra civil y conoció a don Francisco López Sancho, aquel decisivo maestro republicano, formado en la Institución Libre de Enseñanza, que tantas veces ha recordado en sus entrevistas y que le descubrió el placer de la lectura.

Atrás queda Alemania, donde marchó en 1953 huyendo de la grisura franquista con una maleta de cartón como un emigrante más, y donde gracias al apoyo de Gadamer llegó a dar clases en la Universidad de Heidelberg, el súmmun académico en materia de pensamiento. Pero también, en Berlín, para volver a España a impartir su conocimiento en institutos (Valladolid) y facultades (La Laguna, Barcelona y la UNED, en Madrid).

El legado bibliográfico de Lledó es ingente porque sus intereses no han dejado de multiplicarse más allá de su conocimiento sobre el lenguaje en materias vinculadas al humanismo. Ahí están obras como El silencio de la escritura (Premio Nacional de Ensayo) y El surco del tiempo junto a Memoria de la ética, Filosofía y lenguaje y Elogio de la infelicidad.

Ayer, en su encuentro con los periodistas en Madrid, y sabedor de que uno de los temas de cabecera de su amados griegos es la defensa de la decencia, acusó a los corruptos de haber vaciado de esperanzas a la actual sociedad española. Su antídoto para crear buenos ciudadanos se lo descubrió su viejo maestro. La lectura. Ese fue el bagaje que llevó en su famosa maleta. "Hoy soy el mismo que se fue a Alemania con ella", aseguró. No en vano, su último trabajo editado el año pasado, Los libros y la libertad, profundiza en esa idea.