La atractiva y sensual joven de mirada fija ataviada con un exótico turbante y una perla por pendiente vuelve a cautivar en el Mauritshuis de La Haya. Tras dos años de peregrinar por el mundo, el tiempo que ha necesitado el museo para acometer una ambiciosa restauración de sus instalaciones, La joven de la perla, también conocida como La Mona Lisa del norte o La Mona Lisa holandesa, reina de nuevo en las salas. Pequeña pero poderosa centra todas las miradas de los visitantes, pero su trono ya no es tan cercano como antaño: las reformas han levantado una sutil barrera para separarla de sus admiradores. Y maravillarse en la distancia --eso sí, poca-- es lo que deberá hacer el público a partir del día 27, cuando el museo reabra sus puertas.

Con todo, los cambios en la exposición de una de las obras maestras de Vermeer --el Mauritshuis tiene dos más, Vista de Delft y Diana y sus ninfas-- es la menor de las reformas que ha sufrido la pinacoteca, que ha visto su superficie duplicada --de 3.400 a 6.400 metros cuadrados-- con la incorporación de su vecino --un edificio de art decó que acogerá las muestras temporales-- y una entrada totalmente modificada.

Al igual que el Rijksmuseum de Ámsterdam, reabierto hace poco más de un año tras un reforma integral, el acceso al Mauritshuis es subterráneo y la entrada se concentra en un amplio vestíbulo que une los dos edificios actuales y que ha sido, según Emilie Goredenker, directora del museo, "el mayor reto de los arquitectos", el estudio holandés de Hans van Heeswijk. Pero pese a lo común del acceso entre las dos pinacotecas, los presupuestos no tienen nada que ver: 375 millones de euros supuso la rehabilitación del Rijksmuseum frente a los 30 que ha costado poner el Mauritshuis a la altura de un museo del siglo XXI.

Ahí están los trabajos del rococó Giovanni Antonio Pellegrini, 15 monumentales óleos que decoran la Golden Room, y que son las únicas piezas de pintura italiana, o foránea, presentes en este pequeño museo que alberga una de las mejores colecciones del siglo de oro, el XVII, de la pintura flamenca y holandesa.

Pero pese a las reformas, el Mauritshuis mantiene su atmósfera íntima. De manera que la pinacoteca sigue siendo el pequeño joyero, así lo definen los expertos, que ha sido siempre. Una caja que esconde grandes tesoros, como La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, de Rembrandt --el museo tiene otros nueve del maestro--, y El jilguero, de Carl Fabritius. Esta última está considerada un tesoro y una pieza de fábula, no solo por su virtuosismo sino también por su protagonismo en la novela homónima de Donna Tart, ganadora del último Pulitzer. Aunque no es la única de las obras del Mauritshuis generadora de inspiración literaria, de hecho parte de la fama de La joven de la perla sale de otro libro, el que escribió Tracy Chevalier con el mismo nombre que la tela en el 2004.

Proyectos de futuro

Con todo, ninguna de estas piezas eran antaño las más famosas del museo, que centraba su máximo atractivo en El toro, de Potter, y mantenía como joya oculta a Marte y Venus sorprendidos por Vulcano, de Wtewael, una deliciosa pintura sobre cobre que por impúdica estuvo años sin que los visitantes del Mauirtshuis pudieran ver. Y que ahora pasan desapercibidas eclipsadas por la joven de Vermeer, cuya identidad sigue siendo un misterio --¿su hija? ¿una sirvienta?-- y cuya presencia mueve multitudes. En su gira por Italia, Japón y EEUU, acompañada de otras piezas del Mauritshuis, ha sumado dos millones y medio de visitas, una cifra a la que el museo de La Haya no aspira a llegar, pero sí espera aumentar el 25% su actual techo: las 278.000 que recibió en el 2011.

Para ello, la pinacoteca presenta para los próximos meses un programa expositivo con gancho: la Colección Frick, la primera de los fondos neoyorquinos fuera de su ciudad, y El autorretrato holandés, con todos los artistas del siglo XVII del país presentes, y Rembrandt a la cabeza, por supuesto.