Sábado, 11 de diciembre, ocho de la tarde. Zaragoza se resiste a entrar en la modorra posterior a la Navidad. Las calles aún muestran restos de la iluminación de las fiestas. Los bares del centro se llenan de clientela abundante y bulliciosa. Y en dos locales del casco viejo, no muy alejados entre sí, la música aguarda al buscador de perturbaciones y al explorador de galaxias: Arrebato y Oasis. La primera sala, modelo de resistencia cultural, cumple 25 años de existencia, y en sus escasos 40 metros cuadrados acoge a entregados espectadores a dos vigorosas causas sonoras: las de Picore y Za! En la segunda, un poco más tarde, el ciclo Vagón de Lujo había programado al grupo más galáctico de las españas: Manel, hijo artístico del gran Sisa, pero también del siglo XXI. ¡Gran velada!

Hay en Zaragoza dos bandas que sobresalen del resto por su audacia y poderío: El Hombre lento y Picore. La segunda facturó el sábado en Arrebato un concierto brutal. Su combinación de primitivismo, tensión, inconformismo, búsqueda y rabia guitarrera configuran una oferta conceptualmente abrasiva y sonoramente incontestable. Picore está dentro de ese club sin normas que tiene como miembros a Guadalupe Plata, Crudo Pimento y Za!, entre otros: Son diferentes entre ellos, pero todos tienen lo que hay que tener: talento para agitar el cerebro del oyente.

Al picor de Picore siguió la actuación de esos locos inmaculados llamados Za!, reunidos de nuevo en trío, para revisar Macumba o muerte, su álbum de hace 10 años. Lo de Za! Ya se sabe: es una tremenda combinación de ruidismo, teoría de las catástrofes, electrónica y retales de word music, entre otras referencias. En su universo rigen la discontinuidad y la divergencia, la armonía y la distorsión. Coronó su actuación con el ya clásico abrazo entre sus miembros. ¡Pero qué abrazo! Tan intenso como su música. Y tan divertido.

La vitalidad de Manel

Y en Oasis, Manel, con una atractiva puesta en escena logró lo que muchos estábamos esperando: que una pieza como Per la bona gent (la que da título a su reciente nuevo disco) sustituya como himno a las letanías de Vetusta Morla. Manel, ya digo, ha matado a sus padres musicales para recuperar la vitalidad que antaño mostraron sus abuelos. Pero sus fuentes sonoras no manan solamente en el imaginario galáctico de Sisa y compañía: van más allá. Manel escribe textos como pocos, hace músicas excelentes y tiene un directo que atrapa. Tocó piezas de Per la bona gent y revisó, con nuevos aires, canciones más antiguas (cañonazos como Jo competeixo y Amb un ram de clamídies (¿alguien que no sea Manel se atreve a hacer una pieza poética sobre una infección de transmisión sexual?).

Nos fuimos de Oasis más contentos que unas pascuas, canturreando a ritmo de calipso «Un pagés tem la tempesta. Un actor, la tomacada. Els farsants, la veritat. L’Anticrits, terra sagrada». Tralará, Tralará.