Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena pero no fue la única ya que fue el retratista «de la realeza y de los políticos» pero «para relajarse también de esa chica que se encontraba por la calle y que podía ser una estanquera, a bailarinas, actrices, mujeres...» La exposición Julio Romero de Torres. Pintor de almas, que puede verse hasta el 8 de septiembre en Ibercaja Patio de la Infanta, muestra esas dos facetas, reconoció Mercedes Valderde, directora del museo que lleva el nombre del artista cordobés, al que calificó como un «cronista gráfico de la época». También manifestó que presenta «una nueva faceta» del pintor puesto que «nunca fechaba las obras» y contaba con una veintena de firmas.

Además de Valderde, la presentación contó con la presencia de Inés González, jefe del Área de Cultura de Fundación Ibercaja; Ana Farré, directora de Ibercaja Patio de la Infanta; Marisa Oropesa, comisaria de la muestra; y José Luis Rodrigo, director general de Fundación Ibercaja, que señaló que la muestra expone «30 obras que atrapan», cuyas protagonistas son «mujeres liberdadas, transgresoras, emancipadas y de todas las clases sociales». Las obras pertenecen a colecciones privadas por lo que todos agradecieron «la generosidad» de los que han hecho posible su exposición.

Pintor de almas servirá también para romper con los «tópicos» ya que no es solo el pintor de Fuensanta (que aparecía en los billetes de 100 pesetas) ni de la mujer morena ya que «empezó con el luminismo, pasó por el simbolismo y por todos los ismos de principios de siglo que él supo trasformar en su pintura», explicó la comisaria; quien quiso hacer hincapié en ese «empoderamiento de la mujer» ya que no solo aparecen «mujeres fatales ni prostitutas» sino «todo tipo de mujeres». Y es que Romero de Torres fue un artista «transgresor que iba más allá del academicismo», que pintaba cosas que en aquel momento nadie hacía, como la falta corta y las medias de seda que aparecen en Jugando al monte o Humo y azar» o el peinado a lo garçon de Tristeza andaluza, cuando todas las mujeres aparecían con moño, dijo Valverde.

La muestra se abre con una obra de juventud, Huerta de Córdoba, fechada en 1895 y a partir de ahí, la figura femenina es la que protagoniza la muestra (solo en Señora de Taramona e hijo aparece una figura masculina). Ahí está la pieza dedicada a una mujer tan icónica como Pastora Imperio -a la que pintó en cuatro ocasiones-, Marta y María, dos de sus modelos preferidas; el Retrato de niña, dedicado a Carmen Otero, que «no se sabe si tenía una hija o es de una niña y se lo dedicó»; el que titula Ana Díaz, pseudónimo de Pedro González Banco, que firmó la Guía de cortesanas de Madrid y provincia; La mantilla, un retrato de Chiquita Piconera; La niña torera, a la que pinta igual que retrató a Belmonte, una obra tan sensual como La niña de los limones o La niña de los naranjos, una de sus últimas obras.

Una característica de la mayoría de sus modelos es, como bien refleja La huida, que casi ninguna aparece sonriendo, solo en los retratos promocionales.