Hace tanto tiempo que Pixar dejó de ser sinónimo inequívoco e infalible de aventura, riesgo y magia que el mero hecho de señalar esa evidencia se ha convertido en un lugar común. Pero el caso es que es cierta, y por eso resulta ciertamente pertinente que la nueva película de los estudios sea un lamento por la pérdida de sentido de la aventura, riesgo y magia que han sufrido nuestras vidas y una invitación a que recuperemos esos valores.

Presentada hoy fuera de concurso en la Berlinale, 'Onward' transcurre en un mundo poblado por elfos, cíclopes y minotauros pero por lo demás muy parecido a la América suburbana moderna. Su protagonista es un chaval de orejas tan puntiagudas como las de Legolas pero que viste camisa de cuadros y Converse All-Stars, y cuyo mayor enemigo no son los orcos sino la angustia típicamente adolescente. De repente, sin embargo, él y su hermano -un tarugo con el corazón de oro- se ven en el centro de una odisea en la que intervienen conjuros, varas mágicas, mapas del tesoro, dragones gigantes, hadas del bosque a bordo de Harley Davidsons y hasta cadáveres que vuelven a la vida.

Mientras los acompaña, Onward trae a la mente títulos como 'Los Goonies', 'Aventuras en la gran ciudad', 'La historia interminable', 'E.T. El extraterrestre', 'Este muerto está muy vivo' y 'De pelo en pecho' -sí, su espíritu es así de retro-; pero sobre todo evoca ficciones previas de Pixar, de las que toma elementos como parejas dispares que emprenden una misión, héroes que necesitan aceptarse a sí mismos y lazos familiares pendientes de ser estrechados; la compañía que revolucionó la animación, decimos, actualmente se dedica menos a innovar que a reciclar.

En cualquier caso, tanto eso como el hipócrita alegato de 'Onward' en contra de la mercantilización de la fantasía -recordemos que Pixar pertenece a Disney, titán de ese negocio- resultarían más problemáticas si, por otro lado, la película no fuera tan extremadamente divertida y tan hábil a la hora de extraer el máximo potencial cómico tanto de su universo como de su peripecia narrativa. O si su mensaje sobre la importancia de encontrar algo especial hasta en las circunstancias más aparentemente rutinarias no resultara del todo oportuno: después de todo, puede que Pixar ya no produzca tan a menudo obras maestras como 'Toy Story' o 'Ratatouille', pero que a cambio nos ofrezca entretenimientos tan impecables como 'Onward' debería valernos.

Naufragio de Johnny Depp

Johnny Depp, en Berlín, tras la presentación de 'Minamata' / AFP / TOBIAS SCHWARZ

Johnny Depp se parece a Pixar en una cosa: su nombre también ha perdido caché últimamente. Y en su caso eso ha sucedido tanto por su mal ojo a la hora de escoger proyectos como por el vicio de convertir sus interpretaciones en una mera exhibición de tics histriónicos y desmanes de maquillaje y postizos. La película que hoy ha presentado fuera de competición en el certamen, 'Minamata', ejemplifica a la perfección ambos defectos. En primer lugar, porque desperdicia por completo su prometedora premisa: mientras recrea el trabajo que el fotógrafo W. Eugene Smith llevó a cabo para la revista 'Life' en la localidad japonesa del título, que sirvió para dar a conocer al mundo una tragedia humana y uno de los mayores desastres medioambientales del siglo XX, se muestra incapaz de generar tensión dramática alguna ni de construir personajes mínimamente matizados; y en segundo lugar porque, en la piel del fotógrafo, Depp es pura afectación caricaturesca adornada con una barba de pega. Películas como esta no se hacen muy a menudo, aseguraba el actor esta mañana. Demos gracias por ello.

Competidoras dispares

Por lo que respecta a sus excesos interpretativos, Depp ha encontrado en Berlín a un rival de peso en la figura de Elio Germano. En 'Volevo nascondermi', una de las dos películas aspirantes al Oso de Oro presentadas hoy, el actor italiano da vida a Antonio Ligabue, considerado uno de los máximos exponentes del arte naíf a principios del siglo XX, y aprovecha la circunstancia para convertir las dos horas de metraje en un recital prácticamente ininterrumpido de rugidos, gruñidos, mugidos, berridos, alaridos, sonidos guturales, aspavientos, mohínes y demás alardes de sobreactuación; quizá no haga falta decir que, en el proceso, convierte el visionado de la película en una experiencia difícilmente soportable.

Poco que ver, afortunadamente, con la argentina 'El prófugo', que contempla el resquebrajamiento psicológico de una mujer recién golpeada por la tragedia y que, pese a carecer de la intrepidez formal de sus referentes obvios -el 'giallo', los 'thrillers' de Brian de Palma- y a permanecer incómodamente atrapada en una tierra de nadie entre el cine de autor y la serie B, resulta francamente disfrutable.