A mediados del siglo XV, las órdenes religiosas y los señores feudales se debilitaron dando pie, con ello, al crecimiento del poder de los ayuntamientos. Es por eso que, en aquella época, se erigieron importantes casas consistoriales (financiadas con el dinero procedente de un boyante sector agrícola) en las que se habilitaron espacios como lonjas, archivos y hasta dependencias públicas para actos civiles. Y, como una estancia más, se construyeron las cárceles, que son las que han llegado hasta hoy y las que conforman esta ruta en el Matarraña. Una de las principales razones de la proliferación de estas construcciones tiene que ver con el aislamiento que tenía la comarca con respecto a los núcleos de mayor población. Eso hizo que cada localidad tuviera su cárcel donde retener a los reos que esperaban juicio, aunque, muchos de ellos morían antes.