Dos artistas. Dos mujeres artistas. Dos mujeres artistas tocadas por la gozosa cualidad del talento: Maui y Maria Rodés. La una, de Utrera, Sevilla; la otra, de Cabrera de Mar, Barcelona. Lejanas geográficamente, pero próximas por su reformulación de lo popular. El sábado actuaron juntas, aunque no revueltas (en el mismo escenario, quiero decir), dentro del programa De la Raíz, ese ciclo de conciertos que si no existiera habría que inventarlo por lo que supone de aproximación a un nuevo concepto de la tradición.

Menina flamenca

Maui salió al escenario ataviada como una Menina flamenca. Pero no se confundan: aunque trabaja sobre bases jondas (vino acompañada por el guitarrista Paco Soto) no canta flamenco ni aflamencado (esa distinción que tanto parece preocupar al bailaor Farruquito cuando se refiere a Rosalía): lo suyo es canción, y punto, terreno en el que se defiende estupendamente. Es más: cuando se aproxima al cante más o menos ortodoxo es cuando menos funciona como artista. Así lo comprobamos cuando atacó unas alegrías. Alegría, por cierto, de la huerta o de donde sea, despide en sus, en ocasiones hilarantes presentaciones. Pero al lío: lo de Maui es una poética de la cotidianeidad, una escritura que nos recuerda, en acierto y cadencia a la de Javier Ruibal. Y como él, ya digo: su música también trasciende el flamenco para situarse en otro lugar, en otra esfera en las que raíces y puntas se enredan como cerezas. Presentó canciones de Por arte de magia, su disco más reciente, pero también incluyó en el repertorio piezas de álbumes anteriores como Viaje interior. Y nos regaló una sugerente versión (voz, cello y guitarra) de Procuro olvidarte, esa composición enorme que Manuel Alejandro y Purificación Casas, su segunda esposa escribieron para el cantante Nicaragüense Hernaldo Zúñiga, y que el gran Bambino (tío segundo de Maui) llevó a los terrenos de la rumba dramática. Fue emocionante, no solo por la canción, sino porque Maui, de alguna forma, atemperó el compás rumbero y acercó la pieza a su origen.

Maria Rodés es la música de las estrellas. La envenenadora de sueños. Una Françoise Hardy mediterránea con registros vocales espléndidos. Maria (así, sin tilde), presentó Eclíptica, su disco más reciente, inspirado en su tío abuelo, el astrónomo Luis Rodés, que dirigió el Observatorio del Ebro durante la Guerra Civil. Hermosos artefactos sonoros (Luciérnaga en el suelo, Chocará conmigo, Luna no hay, Nana Negra, Eclipsi, Luna no hay, Sirena, Fui a buscar el sol…) en los que confluyen tonalidades diferentes, músicas de aquí y de allá que conforman un todo con arreglos brillantes. Maria (guitarra y voz) contó con el acompañamiento de una guitarrista excepcional: Isabelle Laudenbach, fundadora que fue de Las Migas. Pero hubo más: Retomó canciones de su disco Maria canta copla, (El día que nací yo; Ay, pena, penita, pena); el cuplé Flor de mal; las piezas de Cecilia Me quedaré soltera y Si no fuera porque, y una composición sobre un poema de Alfonsina Storni (Sobre risas), todo eso, haciendo propio lo ajeno, creando nuevos patrones sobre los ya existente, ensanchando caminos y abriendo puertas.

Ya en los bises, Maria dio otra muestra su extraordinario quehacer revisando Me quedo contigo, otra canción inmarcesible que ella grabó en 2016 para la banda sonora de Villaviciosa del al lado, y Ojalá que te vaya bonito, ese canto de desolación escrito por José Alfredo Jiménez.

Y así llegamos casi a la medianoche, preguntándonos con Maria Rodés «si les llums del carrer són estrelles pels ocells».