INTERPRETES: Filarmónica Nacional de Hungría, Dezsö Ránki, Zoltán Kocsis

LUGAR: Sala Mozart del Auditorio

FECHA: Martes, 4 de abril

ASISTENCIA: Lleno

Hay un repertorio donde prima el color orquestal, la cantidad y calidad de sonidos que se pueden extraer de una buena (y grande) orquesta sinfónica. En parte, esto era el contenido del entretenido concierto de ayer para la Temporada de Primavera, con la Orquesta Filarmónica Nacional Húngara. Sobre la escena llegó a haber un largo centenar de músicos embarcados en proyectos mastodónticos, que oscilaban de potentes tuttis orquestales a detalles minúsculos propios de la música de cámara.

Esto es lo que Zoltán Kocsis, director estable del conjunto (y con una celebrada carrera como pianista a sus espaldas), se animó a traer en su gira: el poema sinfónico Los preludios y la Danza macabra de Liszt, junto con la monumental a la par que campestre Sinfonía alpina de Strauss. Estaba claro de principio que, si la orquesta estaba a la altura técnica (lo estuvo), el concierto iba a ser de los que se pasan sentados en el extremo del asiento, viendo y oyendo mil cosas ocurrir.

La música orquestal de Liszt tiene bastante mala fama entre gente que parece saber de qué habla. No comparto la opinión y confieso mi atracción (de crítico y de persona que escucha música porque le gusta) por la capacidad del húngaro para combinar extremos meditativos con una sensación de hiperactividad difícil de encontrar en otros. Ayer pudimos dejarnos llevar por la doble pasión de Liszt (el piano realizando malabarismos y la orquesta llena de color y energía) en una modélica lectura de la Totentanz . El solista era Dezsö Ránki, un pianista como la copa de un pino, espectacular en todos los aspectos: por favor, ¡que vuelva!

La segunda parte, con la Alpina de Strauss, era un doble catálogo: qué se puede hacer con una orquesta inmensa y qué se puede ver en la montaña. Un colega me decía que solo faltaba la tortilla de patata. Lo demás, Strauss lo pintó, literalmente, en su música pletórica de detalles, inspirada y expresiva, en casi una hora en que Kocsis dominó a su orquesta para desplegar una versión anímicamente perfecta y técnicamente sobrada.