DIRECTOR: Kim Ki-duk

INTERPRETES: Oh Youngsu

PAISES: Corea del Sur-Alemania, 2003

CINES: Renoir

Como indica su título, la penúltima película del surcoreano Kim Ki-duk se divide en cuatro partes cronológicas. Cada una de ellas corresponde a las cuatro estaciones del año, con una coda que nos devuelve a la primavera del origen, cerrando armoniosamente el círculo.

Quienes vieran la quinta y polémica película del director, La isla , reconocerán en Primavera, verano, otoño, invierno y... primavera el idéntico y peculiar escenario en el que acontece casi toda la acción. Se trata de una casa flotante, una sencilla construcción que reposa sobre una plataforma de madera en medio de un lago, aislada del resto del mundo, varada en el tiempo.

En este decorado, que en La isla era una casa de pescadores y aquí se convierte en un pequeño monasterio budista, reduce Kim Ki-duk el comportamiento de los hombres. El cariz del texto es muy otro. La relación sadomasoquista de La isla deja paso a una historia de aprendizaje entre el maestro y el discípulo a través de los años. Deviene también un relato sobre el aprendizaje con la naturaleza en particular y con el mundo en general.

Resuelta con escenas tan mansas como vibrantes, atentas al gesto propio de la naturaleza cambiante que ya avanza el título, la película muestra a través de los años las reacciones de quien se queda en el monasterio flotante, el maestro, y quien lo abandona puntualmente en busca de un amor, el discípulo.

Cada pasaje --destacan aquellos que tienen que ver con la niñez del personaje-- tiene su discurrir propio, su tempo natural, pero el filme de Kim Ki-duk es igualmente de una extrema homogeneidad. Puede desgajarse cada una de sus partes del conjunto pero, unidas, componen un espléndido mosaico vivencial sobre el ciclo impecable de la naturaleza humana.