Del arte, del humor, de la gloria, de los toros y otras zarandajas tituló Ramón Acín (Huesca, 30 de agosto de 1888 -tapias del cementerio de Huesca, ante un pelotón de fusilamiento, 6 de agosto de 1936) la conferencia que leyó durante el acto de clausura de la I Exposición de la Asociación de Artistas Aragoneses en el Salón de Fiestas del Centro Mercantil de Zaragoza, el 27 de diciembre de 1921. Habló de las cinco artes: la música, que dijo era el punto; la poesía, la línea; la pintura, la superficie; la escultura, el volumen; y la arquitectura, la cuarta, la quinta y la sexta, y todas las dimensiones conocidas y por conocer. A continuación, elogió a los nuevos arquitectos y mostró su antipatía por aquellos que se dedican a la restauración. Ejemplos no faltaron: los claustros de San Pedro el Viejo de Huesca, «bárbaramente profanados y afeados con un románico del siglo XIX», o San Juan de la Peña. Habló de humor, «que es la risa en el dolor», y con humor proyectó en una de las paredes del salón, cubierta con una sábana blanca, las fotografías sobre placas de cristal de los 32 dibujos de su proyecto Las corridas de toros en 1970 (1921). Meses antes, el 29 de junio, Acín las había presentado en el Teatro Principal de Huesca y, según anota Miguel Bandrés, se valió para la proyección de una linterna mágica.

El propósito de Ramón Acín era publicar las viñetas, pero el ambiente pro-taurino que se vivió en Huesca tras la demolición en 1920 del antiguo coso y la construcción de uno nuevo desanimó a los editores oscenses. La primera prueba de imprenta se realizó en los talleres de Justo Martínez en 1921, pero no fue hasta fines de abril de 1923 cuando el libro de estampas se publicó en la editorial de Vicente Campo, con quien Ramón Acín compartía amistad e ideología. No tuvo problema Campo en incluir «A modo de prólogo» las palabras pronunciadas por Acín en un festival organizado en Huesca -¿se trata del acto celebrado en el Teatro Principal, en junio de 1921?- a favor de la construcción de un campo de deportes en el solar del antiguo coso taurino, que tanto molestaron en su día al resto de editores.

Humor y pedagogía

«... Hay una ciudad española que no tiene circo taurino: esa ciudad es la nuestra. Esa plaza derruida no debe levantarse; esa plaza no se levantará jamás», defendió Ramón Acín. «En su lugar levantaremos un campo de deportes, y el calor y el color y el movimiento y la alegría y la pasión y la energía brutal de los cosos taurinos, ese esfuerzo inútil, ese esfuerzo por el esfuerzo mismo, será reemplazado por una pasión y una energía más nobles y elevadas». Para terminar con el siguiente alegato: «Hagamos todos porque nuestra ciudad sea la primera que tornó su españolísima plaza de toros en el elénico (sic) gimnasio y que un día superando a Esparta, educando y moldeando a nuestro pueblo para la paz y para el amor, luego de haber cantado los coros de los viejos y de los hombres canten las vocecitas de nuestros niños: Y nosotros algún día seremos más fuertes, y más bellos, y más alegres, y más cultos, y más buenos aún». Tras las palabras, las viñetas, 32 visiones futuristas de una tarde de toros en 1970. A cada estampa acompaña un pie que acentúa el carácter humorístico del proyecto antitaurino. «Quien sabe si el humorismo será la pedagogía del mañana...», finalizaba la dedicatoria de Ramón Acín a su esposa Conchita Monrás.

Acín imagino que en 1970 las gentes irían en aeroplano a las plazas de toros; que serían enormes, auténticos «rascacielos taurinos» con cubiertas de cristal y provistos de telescopios y grandes estufas. Dispondrían de un taller de pintura para colorear de negro a los toros jaboneros sucios. «Los toros llevarán en los cuernos, que estarán graduados, arandelas; así las cornadas serán proporcionadas a lo que cobren las cuadrillas». «Se establecerá un servicio de urgencia en aeroplanos...». «... Para hacer a los heridos la primera cura». «Si muere el lidiador, se rezará en la propia plaza un rosario por su alma. Las cosas en caliente». «Aprovechando los adelantos de la cirugía, a los caballos se les sacarán las tripas en tanto dura la corrida...». «La sociedad protectora de animales, vista la inutilidad de los puntilleros, establecerá por su cuenta un servicio de horcas que aminoren las agonías de los pencos». «Se mostrarán al público radiografías de los toros muertos, de ese modo se adjudicarán las orejas con exacto conocimiento de causa...». «... Y por riguroso sufragio. Cada espectador tendrá su correspondiente teléfono en comunicación con la presidencia». Y al torero que quede mal «se le fusilará en la misma arena. Entonces no se tolerarán espantás». Para finalizar: «Esto serían las corridas de aquí a medio siglo, sino porque entonces se habrán roturado las dehesas y los toros serán animales productivos y los toreros trabajarán como cualquier hijo de vecino».

Manuel Casanova recibió la publicación con entusiasmo en su artículo para Heraldo de Aragón, del 11 de mayo de 1923: «Acín no va en sus caricaturas solo a divertir, no va a buscar el efecto cómico dislocando excesivamente las figuras para acentuar el contraste con la realidad. Le anima un propósito más alto: educar, sugerir, que es la verdadera misión del escritor. Por eso su manera de hacer es sobria y no se advierte en sus dibujos detalles decorativos que puedan desviar la atención del lector, sino los rasgos indispensables para exponer la idea; y por ello sus fondos son desolados, yermos, sin relieve como esas llanuras bajo aragonesas, atormentadas por la soledad y por la sed que en él, en sus propagandas, intenta ganar para el cultivo y para la vida». Y recordó que el retraso de la publicación concebida por Acín en 1921 fue responsabilidad de los editores. De todos modos, Ramón Acín no se conformó con la negativa y en todo ese tiempo, cuenta Mercè Ibarz, proyectó mediante linterna mágica Las corridas de toros en 1970 por diferentes pueblos de Aragón. Y como hiciera en el Centro Mercantil de Zaragoza, seguro que acompañó la proyección con sus comentarios, similares a los que leemos en el libro: «Llegará día en que no solamente nos llamaremos los hombres hermanos los unos a los otros, sino que como el Santo de Asís llamaremos hermanos a los animales. Llegará día en que seremos los hombres vegetarianos, no tanto por temor a una mala digestión cuánto por el temor de la conciencia de privar de la vida a un cabritillo y a un pichón».