Un día llegó el novelista Carlos Fuentes a París a visitar a su colega Julio Cortázar. No se conocían en persona y, al abrirse la puerta, «lo vio tan espigado, tan delgado y lampiño, y tan joven», que le dijo: «¡Che, pibe! ¿Podés avisar a tu papá?». «Pasá, Carlos, mi papá soy yo», le respondió el autor de Rayuela. Es una de las anécdotas que, junto a otros «momentos iluminativos», manías y caprichos, y aspectos aún hoy sorprendentes, han servido al escritor y periodista Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) y al joven dibujante Marc Torices (Barcelona, 1989) para trazar un luminoso retrato en cómic del creador argentino, huyendo de la biografía al uso.

Este cuidado volumen editado por Nórdica representa para Marchamalo su debut en el mundo de la viñeta, pero no en el del autor de Historias de cronopios y de famas, sobre quien ha comisariado dos exposiciones y publicado Cortázar y los libros. «Es el autor fetiche de mi generación. Muchos nacimos a la literatura con él y con los otros escritores del boom (Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes)», argumenta.

Seguidor de Olivier Schrauwen, Chris Ware, Robert Crumb y David B., para Torices es su primer proyecto de peso y a él ha dedicado dos años de «total libertad creativa», alumbrando un atinado, espectacular y ambicioso despliegue de estilos y recursos visuales. El dibujante trabajaba a partir de los dos folios por capítulo, sin indicaciones gráficas, que le iba enviando Marchamalo. «Eran un guion literario (de 35 páginas) que iba traduciendo al lenguaje del cómic. A veces, de cuatro líneas me salía una secuencia de cuatro páginas», señala Torices, que pone como ejemplo cuando Cortázar conoció a su última pareja, Carol Dunlop. El primer encuentro, en 1977 en Montreal, llega tras tres páginas sin palabras, ligadas por el humo del cigarrillo que siempre lo envolvía.

Marchamalo aún se sorprende del trabajo de Torices, quien se mueve en animación, fancines y cómic digital, y quien, según el escritor, respondió a sus ideas «con algo totalmente distinto a lo que imaginaba, deslumbrante, un discurso narrativo intuitivo». «Iba cambiando registros intuitivamente -ratifica el dibujante- a la vez que Cortázar también avanzaba en su vida. El dibujo intenta ser coherente con su propia evolución».

Con recursos como intercalar fragmentos de la entrevista que Joaquín Soler Serrano le hizo a Cortázar en 1977 en A fondo (TVE), con comentarios y aspas o espirales que el escritor anotaba en sus libros o imágenes fotográficas, el cómic deambula por su vida desde que nació, en la Bruselas de 1914. Sigue por la huida familiar de la primera guerra mundial hacia Zúrich y luego a Barcelona hasta 1918, de la que siempre guardó en la memoria un recuerdo subconsciente de un dragón colorido.

Sobre la infancia de Cortázar, quien hizo sus pinitos en el cómic con Fantomas contra los vampiros multinacionales, no falta el abandono del padre, de quien no supo nada más hasta su muerte, y que le dejó una «tristeza recurrente, sorda e inexpresada»; el regreso familiar a Argentina; su salud enfermiza, que le abocó a la lectura voraz y a la escritura precoz y brillante, hasta el punto de que su madre (como a Pablo Neruda su padre) a los 9 años le instó a que confesara de dónde había copiado aquellos escritos, entre ellos su primera novela. Ese día tuvo la «certeza de que el mundo estaba lleno de idiotas».

De ahí a su decisivo encuentro con Jorge Luis Borges, que le publicó su primer cuento, su ascenso hasta convertirse en un grande del boom, París, sus viajes, su amor por los gatos y el boxeo, su aversión al ajo y las mujeres de su vida, Aurora Bernárdez, Ugné Karvelis y Carol Dunlop.

Marchamalo ha «eludido a propósito» temas polémicos o rumores, como el de que si su muerte, en 1984, fue a causa del sida por una transfusión de sangre. «No aportan nada relevante sobre su vida o su obra, en cambio sí lo es su compromiso político, como con la revolución cubana, la Nicaragua sandinista y el Chile de Salvador Allende», recalca.

Sí pudo el autor confirmar con su esposa Aurora otro episodio curioso. «En un viaje a Italia, para ahorrar peso en el equipaje, cuando él había leído la página de un libro la arrancaba y se la daba a ella, que a su vez, una vez leída, la tiraba».

Cierra el volumen una foto de su lápida en el cementerio parisino de Montparnasse, tomada por una amiga de Marchamalo el 12 de febrero pasado, día del 33º aniversario de su muerte. «En ella se ve un ramo de narcisos que ella le llevó de nuestra parte y muchas ofrendas recientes que demuestran que sigue despertando pasión y cariño».