En mitad de esta novela grande --tanto en volumen como en empeño literario-- Mercedes descubre que en su juventud le habían fascinado novelas como La Regenta o Madame Bovary porque parecían "decir unas pocas cosas pero en realidad decían muchas más". Lo que ha descubierto la protagonista de la última novela de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) es el secreto del realismo de mejor ley: el de presentar un fragmento de realidad que constituye una metonimia de una realidad mucho más vasta y no solo identificable con el bullir vital de los personajes.

El realismo no solo retrata a unas criaturas creíbles en un espacio reconocible y en un tiempo a menudo histórico, como sucede en La buena reputación, sino que también puede sugerir, apuntar oblicuamente significaciones casi en cualquier dirección: la de la extraña conducta humana, la de la ética de los ciudadanos o la del sentido de los procesos históricos.

PÓETICA DE LA NOVELA

Hace bastantes años que Martínez de Pisón apostó por esa poética de la novela y ha venido ofreciendo acercamientos a nuestro pasado reciente desde vertientes poco exploradas. Este libro no se aleja de esos postulados y si en Dientes de leche (2008) centró el relato en los italianos que combatieron en la guerra civil del lado de Franco y luego permanecieron en el país, ahora traslada la atención a los judíos de Melilla y del protectorado español de Marruecos en la década de los 50 y siguientes.

Como en aquella novela, aquí se narra la historia de una familia en tres generaciones, la del matrimonio de un judío, Samuel Cano, con una cristiana, Mercedes Campillo, la de sus hijas Miriam y Sara y, por último, la de los nietos Elías y Daniel.

DE 1950 A 1987

El relato se extiende desde 1950 (o 5710 según el calendario judío) hasta 1987, en un decurso temporal que Pisón va jalonando de referencias históricas para guiar al lector. No se trata, sin embargo, de una narración que fluya indivisa. Por el contrario, el autor ha querido organizar su historia en cinco novelas interdependientes y de cronología sucesiva dedicadas a cada uno de los distintos miembros de la familia con la excepción de Sara, la hija rebelde que escapa de casa.

En un arco temporal tan amplio, y con una ruta geográfica que va de Melilla a Málaga, de ahí a Zaragoza y a Barcelona (ciudad donde reside desde hace muchos años el escritor aragonés), puede suponerse que se acumulan los acontecimientos, desde el más novelesco, como la implicación de Samuel en una red de emigración clandestina de judíos con destino a Israel, hasta los más nimios.

Martínez de Pisón es un escritor muy escrupuloso con los datos menudos para facilitar la inmersión del lector en el mundo narrativo, pero lo que lo eleva por encima de otros novelistas confiados en la vigencia de la estética realista es su habilidad para armar estructuras narrativas de la máxima solidez a través de las que los inagotables temas de siempre (la pugna entre verdad y apariencia, la fuerza cohesionadora de ciertas personas, la necesidad de comunicación y afecto...) cobran una acuciante inmediatez.

A través de Samuel, de su papel en la comunidad hebrea de Melilla y su actividad empresarial, de su adulterio y la entrega a la evacuación ilegal de judíos, Pisón hubiera podido escribir una novela de intriga y espionaje, pero ha preferido reducir la novela de Samuel a las dimensiones del resto de novelas para componer, con el conjunto, un espléndido retablo histórico repleto de sugerencias. Ellas contribuyen a hacer de esta que acabe de ver la luz una de las mejores novelas del autor.