Estos días han sido cientos quienes, a la hora de reservar su mesa para celebrar las navidades, han tratado de obtener un descuento en el precio de los menús. «O al menos, nos invitas a una copa», que suele ser el último argumento. Junto con el mercadillo, y cada vez menos, deben de ser los restaurantes los últimos reductos del regateo. Los mismos que jamás se atreverían a pedir una rebaja en unos grandes almacenes o en una tienda especializada son los primeros en tratar de rebajar el precio del menú.

Existe en nuestro país una falta de respeto hacia el trabajo del hostelero, sin que ello implique no reconocer que se han cometido muchos excesos, y algunos todavía incurren en ellos. Pero es lo que hay. La realidad nos lleva a que la restauración y la hostelería en general alcance los precios de los países vecinos, sin que, por otra parte, hayan crecido en exceso los sueldos de sus trabajadores.

Aunque parezca mentira, electricidad, agua, servicios diversos, alquileres, amortizaciones, impuestos, etc. tienen mayor papel en la factura que los propios alimentos. Aquella idea del tercio para comida, otro para salarios y gastos y un tercero de beneficios, pertenece al pasado. Y más con la competencia de grandes cadenas y franquicias.

No abuse, no pida esa copa gratuita, como tampoco le reclama una costilla de más al carnicero. Eso sí, exija profesionalidad y si el precio le parece excesivo elija otro establecimiento. Si los propios clientes no respetamos a nuestra restauración ¿quién lo hará?