Su nombre fue pronunciado cuando ya se daba por hecho que La favorita acabaría regresando a casa con las manos vacías, y justo cuando los asistentes ya empezaban a ponerse en pie para ovacionar el primer Oscar conseguido por Glenn Close después de siete nominaciones; es lógico, pues, que las palabras «Olivia» y «Colman» inmediatamente provocaran un estado colectivo de confusión que, eso sí, instantes después había sido sustituido por regocijo. Al contemplarla dando uno de los discursos más sinceros y sensatos de la noche, después de todo, era inevitable acordarse de la exhibición actoral que ofrece en la película de Yorgos Lanthimos mientras convierte a la reina Ana de Gran Bretaña en una mezcla de monstruo, niña caprichosa y alma atormentada.

El papel que seguramente la habrá obligado a instalar una nueva balda en la sala de estar -antes del Oscar, gracias a él ya había ganado la Copa Volpi, el Globo de Oro y el BAFTA, entre otros premios- es, además, algo parecido a un compendio de todas las facetas que la inglesa ha mostrado a lo largo de su carrera: su puntería escupiendo ingenioso vitriolo, la sutileza con la que derrocha tierna vulnerabilidad, su habilidad para hacer mucho haciendo muy poco. De todo eso ya había dado muestras en la piel de una espía preñada en la miniserie El infiltrado, o a lo largo de las tres temporadas de Broadchurch, dando vida a una detective traumatizada, o encarnando a uno de los sospechosos en Asesinato en el Orient Express (2017).

La favorita también confirma la insólita capacidad de Colman, de 45 años, para resultar hilarante y devastadora incluso en el transcurso de un mismo plano. La comedia es el terreno donde dio sus primeros pasos televisivos, y a través del que entró en el cine a bordo de títulos como Confetti (2006) y Arma fatal (2007); la tragedia apareció en su carrera gracias a su personaje en Redención (2011), una mujer religiosa brutalmente maltratada por su marido. Aquella película debería haberla puesto en boca de todo el mundo, pero en lugar de eso únicamente -es un decir- llamó la atención de Lanthimos, que ya contó con ella cuando rodó Langosta (2015).

Quizá sea por esa modestia que es incapaz de disimular o por su alergia al glamur y la pretensión; o tal vez sea porque nunca ha tenido reparo a la hora de aceptar el tipo de personajes que proporcionan un sueldo pero no necesariamente lanzan carreras. Sea como sea, seguro que seis meses atrás muy pocos podían imaginársela con un Oscar. Desde ayer, obviamente, eso ya es imposible. Hoy mucha gente ya sabe de qué es capaz. Y mucha más gente lo sabrá próximamente, cuando aparezca en Netflix encarnando a otra monarca, en la tercera temporada de The Crown. Así pues, larga vida a la reina.