A veces me pregunto con qué criterio se ordenan los relatos de un libro de relatos. Seguro que lo ideal es abrir y cerrar con los mejores. Si así lo pretendía, difícil lo tuvo que tener Sergio Royo, joven autor zaragozano, para elegir de entre los que forman parte de su primera obra, El dolor del cristal, publicada por Pregunta Ediciones, porque cualquiera de ellos tiene fuerza suficiente como para arrollar al lector más veterano. Y que le duela.

Son relatos que asombran por su madurez. O este chico vive muy intensamente o se lo ha puesto harto complicado a sí mismo al atreverse a recrear emociones, pasiones y decepciones (entre otras ones) que no ha tenido todavía la suerte o la desgracia de experimentar.

INVITAR A LA REFLEXIÓN / Estos relatos desprenden humanidad, con todo lo que eso conlleva. A veces basta una frase para que nuestra mente viaje en el tiempo o nos traslade al recuerdo más añorado. Frases de esas que usted y yo estamos encantados de subrayar de vez en cuando para leerlas y releerlas. Son relatos que hablan de lo que habitualmente no se habla. Y dan que hablar. Y también hacen callar. E invitan a la reflexión porque uno no sabe qué decir. Tanto en tan pocas páginas solo puede pertenecer o bien a la magia o bien a la literatura. Quizás ocurre que la una y la otra están más unidas de lo que parece.

Son relatos muy bien escritos. Esto, que podría ser una obviedad, no lo es tanto. El género del relato tiene su miga, y el peligro de quedarse corto o de pasarse amenaza constantemente. Si bien es difícil colocar el punto y final en una novela, en un texto corto parece una misión imposible. Conseguir que el personaje se muestre sin pedir más de la cuenta podría acabar convirtiéndose en un ruego al autor, pedirle que lo limite, que lo corte, que lo calle. O, por el contrario, que dé más de sí, que lo estire. Pues no. Sergio Royo convierte a todos sus personajes en protagonistas absolutos, tanto a los humanos como a los que no lo son. Porque también hay algo de engaño en las palabras que se suceden línea tras línea, y será más habitual de lo que se pudiera pensar que un giro inesperado nos indique que nada es tan equívoco como lo que parece real.

EN PRIMERA PERSONA / Son relatos en primera persona, narrados como si la vida nos fuera en ello. La del autor y la de los lectores. Porque lo que les pasa, nos pasa. Las relaciones de pareja, los encuentros fortuitos, la enfermedad, la venganza, el despecho o el rechazo se pasean por nuestras narices porque estamos hechos de un material que atrae a dichas circunstancias como lo hace el imán al hierro. Y nos reconocemos. Y nos estremecemos. Y le preguntamos a Sergio Royo que cómo ha empezado a entender el mundo con tanta profundidad, cosa que nos maravilla a quienes nos tropezamos una y otra vez con capas de superficie que apenas permiten ver más allá. Es maestro y estudiante, observador y educador, lector, y seguramente por la suma de todo ello es capaz de exprimir en pocas líneas la esencia de aquellas historias para las que otros necesitamos demasiadas páginas.

Mi favorito es un relato que habla de desamor, tema tan recurrente y manido como universal. Y sin embargo, tratado de manera que no se parece a ningún otro con el que yo me haya tropezado hasta hoy. Y estoy tan seguro porque lo recordaría. Está escrito con frases cortas, simbólicas, expresivas y rotundas tanto en lo que muestra como en lo que oculta. Al igual que el resto. Sin concesiones. Sin dudas. Sin escrúpulos.