Si hemos de hacer caso al último informe de la Federación de Gremios de Editores de España, la franja de edad que va desde la adolescencia hasta los 34 años es la que incluye en la actualidad mayor número de lectores. Y la reticencia de entrada no es porque la encuesta no esté bien hecha, sino porque a la gente cuando se le consulta por sus hábitos lectores, al igual que con sus hábitos sexuales, siempre tiende a exagerar.

Como no hay forma de constatarlo, aceptemos que de los 14 a los 24 años leen el 86,7% de los consultados, y lo que es más significativo -porque a esas alturas ya deberían haber acabado los estudios, es decir la lectura obligatoria-: de los 25 a los 34 son lectores habituales el 72,1%. Todo un potencial si tenemos que en cuenta que el 44,2% de la población confiesa sin rubor que eso de la lectura no va con ellos. Aunque no se trata de afearle la conducta a nadie, porque como escribió César Aira, «el 99% de los grandes hombres de la Humanidad -héroes, santos, descubridores, estadistas, científicos y artistas- apenas han leído literatura».

Con esas cifras sobre la mesa, el objetivo de los editores es hacer que la ficción y el ensayo conecten con las preocupaciones de los jóvenes. Ya sea mediante la seducción más frívola, aquel reading is sexy que se puso de moda hace unos años -¿quién no ha intentado ligar con un libro bajo el brazo?-. O bien por algo más profundo: hablarles directamente a los millennials -los de 25 a 35 años, para entendernos- y a los de la generación Z -adolescentes que nacieron antes de que estallase la burbuja económica-de los asuntos que más les interpelan, ya se trate del género, del feminismo, de internet, la precariedad social, la política, la música rock o trap o el cómic (un formato, el de la novela gráfica, por cierto, que está reformulando la literatura a todo nivel). En esa renovación se están involucrando autores y editores cada vez más jóvenes, y cerrando el triángulo, los ansiados lectores.

Hay muchos indicios que están advirtiendo al mercado de esa transformación. El último premio Herralde a Cristina Morales (de 34 años) es un ejemplo de sangre nueva e intenciones en un catálogo como el de Anagrama. Y también, quizá, el hecho de que un galardón de reconocida solvencia en el pasado, como es el Narrativa Breve (en la órbita de Planeta), haya ido a parar a Elvira Sastre, con 27 años y un pasado como poeta de esos que circulan por las redes sociales.

Pero hay más movimientos a detectar y son aún más significativos. Los grandes grupos como Random House y Planeta (la última en llegar) están apostando por la, digamos, modernidad. Intentan emular modelos de sellos independientes con una década o más a la espalda, como Alpha Decay -de vocación underground aunque haya derivado a una tendencia algo más mainstream en los últimos tiempos-, nacida hace 13 años, y sobre todo, la exitosa Blackie Books, que este año soplará 10 velas y que -a través de unas portadas sugerentes y un catálogo ecléctico en el que se mezclan norteamericanos hípsters con dosis de nostalgia (El libro de Gloria Fuertes) y cosas tan viejunas como Jardiel Poncela, sin olvidar el bombazo de James Rhodes- parece haber encontrado la fórmula de la Coca-Cola que todos buscan.

MEMORIAS Y AUTOAYUDA

En los últimos meses coinciden en las librerías varios libros del renovado sello Temas de Hoy, dirigido por un treintañero, Marcel Ventura, que se ha rodeado de editores juniors de poco más de 20 años que no desentonarían en el Sónar. Son títulos como el recién salido Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas, de Amalia Andrade, que pretende abordar entre las memorias y la autoayuda paródica el peliagudo asunto de la ansiedad entre los millennials.

«Nos dirigimos a un lector que nunca ha estado presente en Planeta -dice Ventura-. Nuestro lector es más bien el ocasional, un lector llamémosle infiel al que vamos a seducir de mil formas». Una parte de esa seducción se centra en las portadas, que una junto a otra forman un colorido pantone y huyen de la uniformidad, Y en los títulos, claro, en los que la ficción se la da la mano con las memorias y los reportajes periodísticos con nombres como el de Susan Orlean.

El color, esta vez rosa chiclé -portadas para destacar en Instagram-, también ha sido cuidadosamente seleccionado en el sello Caballo de Troya, un proyecto unipersonal de Constantino Bértolo, descubridor de nuevos talentos, que el editor Claudio López Lamadrid decidió mantener tras la jubilación de este con un autor-editor renovable anualmente. La remesa del 2019 está firmada no por uno, sino por dos editores, Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez (28 y 31 años), los más jóvenes hasta la fecha, que por criterio y afinidades apuestan por la renovación con autores como Víctor Parkas o Aixa de la Cruz. «La literatura de escritores nacidos entre 1980 y 1990 ya está en las librerías hace algunos años, pero creo que es un escenario con nuevas sensibilidades, una serie de voces que han madurado y tienen una solidez importante», valora Rodríguez. En la selección de la pareja hay un dato significativo, el hecho de que un 50% de estos autores seleccionados hayan optado por la no ficción y es que -dice el autor- «vivimos tiempos de un consumo enloquecido de no ficción a través de las redes sociales, pero no por ello la ficción ha dejado de mantener el tipo. y ahí están ejemplos como Serotonina, de Houellebecq, o la trilogía de Virginie Despentes».

Sobre la pujanza de la no ficción también reflexiona Silvia Sesé, editora de Anagrama, que aunque ha acabado cerrando la vieja -y muy moderna en su momento- colección Contraseñas cuando su último tripulante, Kiko Amat, saltó a Andanzas, ha dado un nuevo aliento a los viejos, ahora Nuevos Cuadernos Anagrama: «Percibimos que los lectores jóvenes están más interesados quizás que otras generaciones por los temas de debate público, social o político (lo cual tendría mucho sentido tras la crisis y la conciencia de la necesaria participación de la gente en el cambio social)».

Pero volvamos a la fórmula de la Coca-Cola, la de Blackie Books. Jan Martí se lanza a enumerar algunos ingredientes confesables: el estudiado y reconocible diseño de tapas duras que tanto ha sido copiado, el mezclar ficción, no ficción, clásicos y recuperaciones y no pensar en el lector moderno, sino serlo sencillamente. «Los libros que sacamos en un principio no eran especialmente jóvenes (las memorias de un cantautor cincuentón, un libro sobre el Mayo del 68, un anónimo del siglo XIX), pero sí era moderno que nos pareciera natural que todas esas cosas convivieran sin problema», asegura. Lo importante para él es no visualizar una generación nueva como si se tratase de un mercado potencial: «No tenemos prioridad por publicar cosas relacionadas con esta nueva generación. Nos encanta estar atentos a todo, estar al día, pero no hay una obsesión ahí».