INTERPRETES: Filarmónica de Budapest, Tamás Varga, Gergely Kesselyak

LUGAR: Sala Mozart del Auditorio

FECHA: Miércoles, 26 de mayo

ASISTENCIA: Lleno

Es bien sabido que no sólo de rarezas vive el melómano y que hasta la temporada más refinada debe tener sitio para el repertorio tradicional, el que gusta sin esfuerzo, el que se disfruta porque sí. El concierto de la Orquesta Filarmónica de Budapest, último sinfónico de una Temporada de Primavera a punto de cerrarse, trataba de exactamente de eso: música sin dificultades, grata y simpática.

Otra cuestión es la actitud de algunos intérpretes ante un repertorio así. Quede dicho y bien claro que la Orquesta Filarmónica de Budapest siempre toca afinada y conjuntada, sin errores ni deslices y que sus músicos muestran capacidad más que de sobra para llegar a la excelencia. Ahora bien, lo que el joven Gergely Kesselyak y la orquesta húngara hicieron en nuestro auditorio era pura trampa.

Comencemos por el final. Está claro que Kesselyak ve la Cuarta de Chaikovski (la mejor sinfonía de un autor a veces denostado) de forma romántica y temperamental. Los arrebatos, cambios de tempo y estallidos fueron la tónica. En este contexto, al director no pareció importarle que los metales se salieran de tiesto de continuo, tragángose a las cuerdas y transmitiendo más sensaciones de estrépito que de brillantez, solemnidad o tragedia. También está claro que concertador y orquesta desperdiciaron oportunidades de emocionar (¡cuántas buenas melodías tiene esta página!) por falta de amor al detalle. Y me da a mí el pálpito de que primó el efectismo gratuito, deliberado, en busca del aplauso fácil. Sólo así encuentro explicación a un Allegro conclusivo simplemente desaforado. En idénticos términos se negoció como propina una espantosa (lo repito, espantosa) lectura de la Marcha húngara de Berlioz, que aún se revuelve en su tumba, ruidosa, estridente, exagerada y sin gusto. Por no hablar de la ridículamente efectista Danza húngara nº5 de Brahms. También hubo un anodino Moldava de Smetana en la primera parte.

No cayó en estos fáciles recursos el chelista Tamas Varga, un excelente músico que bordó el Concierto nº1 de Saint-Saëns, a pesar del un tanto rudimentario acompañamiento. Su sonido aterciopelado, su elegancia en el fraseo (indispensable en esta composición) y su afinación perfecta estuvieron a la altura de una obra que pasa por leve pero tiene valores más que de sobra para permanecer en el repertorio. Un sincero aplauso para un intérprete de verdad, contenido y medido (que no cuadriculado), como demostró igualmente en una Sarabande de Bach ofrecida en propina.