En la década de los 60, la despoblación afectó de manera importante al Pirineo, lo que provocó que muchas localidades quedaran sin habitantes y, por tanto, los tesoros que escondían sus iglesias y sus ermitas quedaron expuestos al deterioro o incluso a posibles robos. «Es ahí cuando la diócesis de Jaca empieza a arrancar las pinturas para trasladarlas al Museo Diocesano y custodiarlas. Era la única manera de conservarlas. Si no se hubieran hecho esas actuaciones, probablemente no quedaría nada de esas pinturas», indica la directora del museo, Belén Luque, que explica la cuestión: «Es verdad que en la mayoría de los casos estos pueblos vuelven hoy en día a tener vida como segundas viviendas y hay unos pueblos maravillosos, pero la realidad es que en esa década de los 60 y 70 quedaron despoblados y si en aquel momento no se hubieran salvado, esos conjuntos se hubieran perdido».

El caso más flagrante es precisamente el de las pinturas de Bagüés («la capilla sixtina del románico») que cuando se procedió a levantarlas, las humedades ya habían hecho estragos en ellas o incluso una parte del conjunto había desaparecido en una reforma anterior de ampliación del templo. O las de Ruesta cuya ermita directamente no existe en la actualidad ya que está derruida. Lo mismo sucedió con los conjuntos de Susín, Navasa, Osia, Urriés o Ipas, entre otros, que están conservados y custodiados en el Diocesano de Jaca. En la misma sala Bagüés, se puede ver un pequeño documental de 7 minutos en el que se explica cómo fue el proceso de arrancado de las pinturas. La sala donde se pueden contemplar en el museo reproduce exactamente las mismas dimensiones de la iglesia de las que fueron trasladadas.

Por todo eso, y conscientes de la importancia del territorio, el centro trabaja en los municipios de donde proceden las obras: «Hoy en día los museos no podemos ser esos museos almacén del siglo XX metidos en nosotros mismos. Tenemos que abrirnos a la sociedad y, muy especialmente por las características de este museo, hacer una labor en los pueblos de donde proceden nuestras piezas. Al igual que las vírgenes románicas salen una vez al año para la romería de su pueblo y los otros 364 días las custodiamos en el museo para que estén perfectamente conservadas, revisadas y cuidadas, lo mismo hacemos con las pinturas murales en sus lugares de procedencia», afirma Belén Luque.

Investigadores

Además, su estancia en el Museo Diocesano de Jaca permite a los investigadores acercarse a estudiarlas. Y es que tener las piezas de la colección accesibles es también una de las misiones del centro: «Recibimos peticiones de todo el mundo, de investigadores que quieren estudiar una cosa concreta de una colección. Por ejemplo, recuerdo que cuando se colocó el capitel del sátiro vino una avalancha de investigadores de todo el mundo para ver esa pieza de cerca que había estado oculta muchos siglos. Nuestro trabajo también es facilitar ese acceso a los investigadores, que puedan ver las piezas en las mejores condiciones para que ellos luego puedan estudiarlas, difundirlas y darlas a conocer», concluye Luque.