En 1946, después de la guerra de España y la contienda mundial, George Orwell publicó un opúsculo titulado Por qué escribo, donde, aparte del disfrute estético, sobresalía la intencionalidad política como principal acicate creativo. Pues bien, la británica Deborah Levy (Johannesburgo, 1959) ha proyectado sus memorias como la respuesta desde un punto de vista femenino a la pregunta que se formuló en su día el autor de 1984. Se trata de una «autobiografía en construcción», concebida como trilogía, de la que acaba de salir el segundo volumen, El coste de vivir, tras la publicación, en mayo, del primero, Cosas que no quiero saber, dos obras breves, en un estilo conciso y raspado, que deberían leerse juntas y del tirón, puesto que comparten motivos permeados por la misma melodía.

Si en la primera entrega la escritora desgrana su infancia descalza en Sudáfrica, la juventud trasplantada al Londres suburbial de 1968 y reconoce, en réplica a Orwell, que para convertirse en escritora tendrá que aprender a interrumpir y a elevar la voz, en El coste de vivir, publicada cuatro años después, el objetivo se le complica bastante: acaba de cumplir 50 años, se ha divorciado tras dos décadas de matrimonio liofilizado, su madre ha muerto, e intenta encarrilar la vida, manteniendo esa voz en alto, con una hija adolescente (la otra está en la universidad) en un bloque de pisos con rellanos tétricos, donde a menudo falla la calefacción. «Debía escribir para mantener a mis hijas y tenía que ocuparme de cargar con todo. La libertad nunca sale gratis».

Una vecina le alquila barato un cobertizo como remedo de la habitación propia. Dramaturga y autora de seis novelas, entre ellas Nadando a casa (Siruela, 2015) y Leche caliente (Anagrama, 2018), ambas finalistas del prestigioso Man Booker Prize, Deborah Levy, con una utilización del yo narrativo que la emparenta con la canadiense Rachel Cusk, derrocha en el segundo tomo de su autobiografía tanto hallazgos expresivos como verdades acendradas («la vida del escritor gira básicamente en torno a la resistencia») en un tapiz algo descosido que sin embargo se lee con delectación y donde rubrica sobre todo el regreso a los planteamientos de Simone de Beauvoir en El segundo sexo; esto es, vuelve a admitir la dificultad desquiciante de conjugar pareja, maternidad y mantener la independencia intelectual.

CONCILIACIÓN SEXUAL

Si el feminismo de barra de labios, en boga en los años 90, defendía la conciliación del poder sexual de la mujer con la defensa de sus derechos, aquí la escritora británica renuncia a las máscaras. La feminidad, como personalidad cultural, ya no le sirve en la actualidad: se le rompe el collar de perlas, acude a una importantísima reunión de trabajo con hojas manchadas de barro en el pelo y cocina un pollo atropellado por un coche tras habérsele caído de la bicicleta en una tarde de lluvia.

Y es ahí, en el fragor de la batalla, cuando cuenta la vida tal como acontece, con sus renuncias, fracasos y pequeñas alegrías, donde funciona mejor. Más que cuando teoriza las aristas del mundo como consecuencia del patriarcado.

EL COSTE DE VIVIR

Deborah Levy

P. Random House