En una convención como la de Avilés se hace patente por qué Patrick Rothfuss (Madison, Wisconsin, 1973) se ha ganado un público entregado (es uno de los que más seguidores tiene): su apariencia de ogro simpático y sus de sus dotes de showman que lo da todo cuando está atendiendo a su público, ya sea en directo o a través de internet.

¿Que el viernes Joe Abercrombie llega tarde por un accidentado de 30 horas desde la ComicCon de San Diego? Pues Rothfuss acepta que le hagan una entrevista como si fuese Abercrombie ante 600 personas (elogiando, claro, a ese brillante colega de Wisconsin). Finalmente aclara que él no es Abercrombie, que el británico huele a canela y tiene un torso digno de ser visto desnudo, y habla con él por teléfono para decirle que los lectores corren por los pasillos llorando su ausencia).

Pero solo esto, claro, explica que Rothfuss sea de los pocos escritores (con George R. R. Martin como cabeza de cartel y quizá el más reconocido para el público no seguidor del género) que han llegado al público generalista. En las dos partes que ha publicado de su inmensa trilogía (El nombre del viento y El temor de un hombre sabio) hay mujeres fuertes y no princesas etéreas, más folclore y Quijote que espada y brujería, más buena escritura que clichés, más pícaros con los bolsillos vacíos que héroes destinados a ocupar un trono.