Llegó Residente a Pirineos Sur, despojado ya de la etiqueta de Calle 13, formación con la que actuó en el festival en 2015, con su primer disco (homónimo) en solitario bajo el brazo en la maleta, un puñado de canciones del extinto grupo que compartía con Visitante, y un sonido que, además de cortar amarras con el concepto de directo de Calle 13, rompía la pana. ¡Y cómo! Únase a eso una puesta en escena con atractivos visuales y una interpretación vigorosa y se tendrá un concierto de altura.

Residente es un animal de escenario y un intérprete con un carisma excepcional. Ambas cualidades desplegó el viernes en Lanuza, abordando casi 20 piezas en las que su potente cotorreo estuvo arropado por una banda de músicos estupendos, alguno de ellos con un currículo dorado; una banda anclada en los patrones del rock, a la manera de esos grupos angelinos de hace años que engarzaban rap y hardcore, pero con un visión más personal y contemporánea. Y sobre ese muro de sonido, como si se tratase de una torre de Babel se levantaban las músicas (latinas, africanas, balcánicas) que construyen el ADN de las canciones del disco viajero de Residente.

Agitación y desigualdad

De ese álbum ofreció composiciones como Somos anormales, Dagombas en Tamale, Desencuentro, La guerra, Apocalíptico, El futuro es nuestro... Apuestas que reconstruyen la identidad de Residente, pero también dan cuenta de las aspiraciones de la gente y de las agitaciones y desigualdades de un mundo convulso. Y el complemento lo puso la reformulación de las canciones extraídas del repertorio de Calle 13: rimas de provocación, de combate, de movilización tanto personal como colectiva: Baile de los pobres, El aguante, Calma pueblo, Atrévete, Cumbia de los aburridos, Fiesta de locos, La vuelta al mundo, Latinoamérica («soy América Latina, un pueblo sin piernas pero que camina»),... En su segunda visita a Pirineos Sur, Residente no solo revalidó artísticamente su actuación con Calle 13; también demostró que su oferta en solitario es sencillamente arrasadora.

La velada la abrió la cantante Ile (Ileana Mercedes Cabra Joglar), a quien conocimos haciendo coros en Calle 13, pero que ahora se presenta con un flamante primer disco en solitario (Ilevitable) repleto de boleros feroces, bugalús sensuales y excitantes armonías de jazz. En Ile confluyen gozosamente el sabor añejo de las intérpretes históricas y el ímpetu renovador de una artista consciente de los vaivenes del tiempo presente. Ile, en escena, suple la ausencia de una voz poderosa, con el embrujo de un cantar hermoso, matizado, intencionado e intenso. Influida por el decir de intérpretes como Ismael Rivera, Elenita Santos y Blanca Rosa Gil, Ile desgrana sus historias con pasión; canta a la fuerza de las mujeres y a los amores oblicuos y peligrosos, pero también levanta la voz por la independencia de su país (Yo también soy boricua). Brilló con fulgor en Dolor (el bolero que grabó con el malogrado Cheo Feliciano) y en Rescatarme, bolero-reproche que comienza con un verso de un poema de Sor Juana de la Cruz (1651-1695): «Si al imán de tus gracias, atractivo, sirve de pecho mi obediente acero, ¿para qué me enamoras lisonjero, si has de burlarme luego fugitivo?» Pero no perdió color en otras canciones como Quién eres tú, Caníbal, Triángulo, Qué mal estoy, Extraña de querer, Maldito sea el amor, Te quiero con bugalú...

Ile, en estado de gracia, desplegando en ocasiones inusuales giros vocales que nos recordaron a los de Cristina Lliso, cantante de Esclarecidos, acompañada por una banda espléndida que sonó a gloria y dibujó unos arreglos antológicos, inspirados en la época dorada de las creaciones de los latinos en Nueva York. Ile, ilevitable; o sea, inevitablemente arrebatadora.

Y una nota final: disculpas porque en la reseña publicada el sábado sobre la semana latina en Pirineos Sur tuve un lioso baile de fechas.