Todo el mundo cree haber leído Robinson Crusoe : la historia del náufrago que escribió Daniel Defoe en 1719. Pero casi nadie la ha leído. Su republicación (acertada y oportuna, al hilo del Foe del Nobel John Maxwell Coetzee) permite recordar (u obliga a reconocer) que en el mejor de los casos el conocimiento del personaje se limita al recuerdo de ediciones juveniles, ilustradas y por lo general abreviadas.

Leído desde la perspectiva actual, Robinson Crusoe es un libro aburrido en buena parte, reiterativo, centrado en gran medida en asuntos religiosos que difícilmente reclamarían la atención contemporánea. Sin embargo, conserva su enorme fascinación y tiene asegurado un lugar en la posteridad. He aquí algunas de las razones que lo hacen perdurable aún hoy.

EL SIMBOLO PERFECTO

La figura de Robinson, como la de Hamlet o el Quijote, tiene tal poder arquetípico y simbólico que sobrevive en el tiempo más allá de los valores literarios. La ecuación múltiple "Robinson = náufrago = el hombre ante sí mismo = la humanidad" funciona con tal precisión que se podrá recurrir a ella, por los siglos de los siglos, sin haber ojeado siquiera la novela. Curiosa paradoja que afecta los más grandes escritores: la posteridad no significa que te sigan leyendo sino que has creado algo tan inmenso que no hace falta leerlo .

TODOS SOMOS ROBINSON

Robinson representa la humanidad en sentido histórico: evoluciona de cazador a ganadero, de predador a recolector, en ambos casos casi por casualidad. Su viaje espiritual lo lleva del terror inicial y la obsesión por la supervivencia al orgullo de ser el amo y señor de la tierra: "Yo era allí la majestad y el poder, príncipe y señor de la isla entera; la vida de mis súbditos estaba librada a mi arbitrio; podía ahorcar, descuartizar, conceder la libertad y privar de ella. No había rebeldes entre mis súbditos". Triste orgullo, si recordamos que sus súbditos eran unas cuantas cabras, un loro, un perro y dos gatos. También en un sentido morar, Robinson encarna la historia entera de la humanidad: enfrentado a la libertad absoluta, acude al refugio inmediato de la rutina y llega a convencerse de que le conviene hacer cada día lo mismo y a la misma hora. Asombroso, pero universal.

COARTADA DE EPOCA

La crítica anglosajona considera Robinson Crusoe la primera gran novela escrita en inglés. Por supuesto, el género ni siquiera existía con tal nombre en 1719, cuando se publicó la primera edición. Pero sí lo es en el sentido que le adjudicamos hoy en día al término. Robinson es el primer personaje que evoluciona a lo largo de su historia; el primero que no se limita a narrar lo que le sucede, sino que nos convierte en testigos de cómo esos sucesos lo transforman; el primero que deriva de su relato un cosmos moral; el primero que se siente como un juguete en manos del azar.

Se ha dicho (y es cierto en parte) que en su momento Robinson Crusoe aspiraba a ser una coartada literaria para el imperialismo británico y la evangelización de los caníbales. Sin embargo, la riqueza del personaje hace que cada época tenga en él un espejo en el que mirarse. Un ecologista recalcitrante encontraría en Robinson Crusoe párrafos adaptables como proclamas. Robinson pasa grandes desvelos imaginando con cuánta saña mataría a los caníbales y su descripción ciertamente los brutaliza, pero de pronto se detiene a reflexionar: "No eran más asesinos (...) que aquellos cristianos que frecuentemente sentencian a muerte a prisioneros apresados en la batalla; o aquellos otros que, en tantas ocasiones, pasan a cuchillo batallones enteros sin querer darles cuartel a pesar de haber rendido las armas".

LO REAL Y LO IMAGINARIO

La primera parte tuvo tan buena acogida que cuatro meses después se publicaron Más aventuras de Robinson Crusoe . Un año más tarde, en 1720, una nueva entrega: Reflexiones profundas . Para entonces ya se había establecido el debate que, aún hoy, alimenta la historia de la novela contemporánea. "Quién es ese tal Robinson?", preguntaba la gente. El largo título original terminaba con escrito por él mismo , pero había corrido la voz (o mejor dicho, la acusación) de que Robinson era un personaje inventado. En Reflexiones profundas , Defoe incluyó un breve prefacio en el que defendía que el narrador era un ser vivo y, afirmaba que "el relato, además de alegórico, también es histórico". Por supuesto, firmaba el prefacio con su nombre: Robinson Crusoe. Se iniciaba así la demolición de la frontera entre lo real y lo imaginario, imprescindible para construir el imperecedero edificio de la novela a partir de una columna central: si está vivo (así sea sólo en la mente del lector), es real.

MOMENTOS BRILLANTES

Incluso para quienes creen que Robinson Crusoe no es una gran novela resulta difícil no destacar momentos brillantes. El instante en que Robinson toma conciencia de que está solo en la isla porque sus compañeros se han ahogado: "Nunca volví a verlos, ni siquiera encontré señales de ellos, salvo tres sombreros, una gorra y dos zapatos de distinto par". Impagable es la secuencia contraria, cuando descubre que no está tan solo al ver una huella en la arena y dedica páginas a especular desde su terror: ¿será el diablo?, ¿tal vez una alucinación de su fantasía? Y el inicio de su relación con Viernes, sin duda un momento culminante: "Ante todo le hice saber que su nombre sería Viernes, ya que en este día lo salvé de la muerte y me pareció adecuado nombrarlo así. A continuación le enseñé a que me llamara amo y a que contestará sí o no, precisándole la significación de ambas cosas".