«En Zaragoza el marco es limitado; hay que salir para ver más cosas, para aprender, para vencer» concluyó el periodista Manuel Marín Sancho tras su encuentro, en diciembre de 1925, con los artistas Honorio García Condoy, Ramón Martín Durbán y Pablo Sanz Lafita, en el taller que los dos primeros compartían en el palacio de Argillo, actual sede del museo Pablo Gargallo. La entrevista se publicó en la revista Aragón, en enero de 1926. Sanz Lafita tenía previsto realizar los estudios de doctorado de Químicas en Madrid; la idea de Durbán era instalarse en Barcelona; y la de Honorio viajar a París y Roma, si conseguía la beca de la Diputación de Zaragoza. En octubre de aquel año, el Mercantil acogió la Exposición Durbán-Honorio cuyo cartel anunciador hizo Sanz Lafita. Durbán presentó 29 obras, entre ellas el Retrato de Sanz Lafita que estaba realizando durante la visita de Marín Sancho, quien no perdió ocasión para elogiar la corrección y elegancia de los dibujos de Sanz Lafita, así como el acierto de sus inconfundibles caricaturas.

Luis Pablo Sanz Lafita (Olot, 1902-Barcelona, 1996) residió en Zaragoza con su familia desde meses después de su nacimiento hasta l936, cuando se trasladó a Flix para trabajar en la Electroquímica. El estallido de la guerra civil le aconsejó permanecer en Barcelona, donde entró a colaborar en La Vanguardia, a partir de 1940. La profesión de químico fue secundaria para Sanz Lafita, cuyo deseo fue dedicarse en exclusiva a dibujar. Aunque eso sí, eligió el seudónimo de Rodio para firmar muchos de sus originales. En septiembre de 1973, Seral y Casas escribió el poema Nuestra ciudad. Mi Zaragoza, los años treinta, que menciona al artista: «Manolo Marín Sancho / dirigió Independencia, / diario de la tarde. / Luego exhumó la Vida / de Perico Saputo, / (la suya fue sesgada) / -tomo hoy de aquella el nombre-. / Se publicó ilustrada / con dibujos de Rodio / (de nombre Sanz Lafita) / que vivía en los Porches». Durante muchos años se pensó que Rodio y Sanz Lafita eran dos autores diferentes hasta que Araceli Galofre, su viuda, decidió donar el legado del artista a la Universidad de Zaragoza y García Guatas pudo corregir, al recibirlo, el error tantas veces repetido. En enero de 2000 se presentó en las salas del Paraninfo la exposición Luis Pablo Sanz Lafita, Rodio (1902-1996), como respuesta al compromiso adquirido.

En prensa

Nadie mejor que el alumno Sanz Lafita podía ser capaz de cambiar la aburrida orla de fin de carrera por otra en la que las habituales fotografías fueran sustituidas por caricaturas del alumnado y profesorado. La idea bien pudo ser suya. Y todos estuvieron de acuerdo excepto algún profesor que la consideró muy poco seria. El Archivo Pilar Bayona conserva una de aquellas orlas (1923) por ser Sanz Lafita compañero de estudios e íntimo amigo de Julio Bayona, hermano de Pilar. Cuentan Antonio Bayona y Julián Gómez en su libro Pilar Bayona. Biografía de una pianista, que en 1924 salieron todos de excursión por Jaca, Arañones y otras localidades. Con tal motivo Sanz Lafita realizó el cuaderno Apuntes de viaje que incluía fotografías, dibujos originales e impresos y un texto mecanografiado cuyo tono era una mezcla de poesía, humor y surrealismo que firmó un tal Ataúlfo de Guenaga, nombre o seudónimo de uno de los viajeros. Todo recibieron un ejemplar. Y teniendo en cuenta la especialidad de Sanz Lafita, son varias las caricaturas y los retratos que Sanz Lafita hizo a Pilar Bayona.

La singularidad de sus dibujos no pasó inadvertida para los responsables de la prensa diaria. Heraldo de Aragón premió y publicó sus primeros dibujos en 1922; en El Noticiero colaboró entre 1923 y 1926 con caricaturas de personajes conocidos o visitantes de Zaragoza, cantantes, actrices, bailarines, futbolistas, tertulianos, políticos, artistas...; vistas urbanas y mujeres modernas, cuyos originales expuso en el Mercantil, en 1924. También en las revistas Pluma aragonesa o Aragón... En 1925 ilustró Rutas de Pedro Galán Bergua, y en 1927, Vida de Pedro Saputo de Braulio Foz, con prólogo de Marín Sancho, y La mujer que defendió su felicidad de Sara Insúa.

En 1930, Eloy Yanguas le entrevistó para el segundo número del periódico quincenal Cierzo (5 mayo). Lo presentó como Rodio. Y la conversación tuvo lugar en una habitación a través de cuya ventana se veía la Aljafería y una fábrica; y aún dio más detalles: el cuarto estaba tapizado con un papel deliciosamente cursi con lagos y castillos. Estaba de mudanza, y toda la habitación era un montón de objetos. Rodio tomó asiento en un cajón y Yanguas en una silla. Yanguas le preguntó sobre las diferencias entre dibujo y pintura. Rodio no era partidario de comprimir límites. Más rotundo se mostró sobre la caricatura, que durante muchos años le había ocupado. «Odio la caricatura personal que pretende cerrar en cuatro líneas, procedentes de la geometría métrica, cosas que no han de caber, una caricatura así no pasará de ser una prueba de ingenio y podrá hacerla cualquiera. [...] No necesitaré esforzarme para hacer ver que, divididas las caricaturas en cómicamente monstruosas y monstruosamente cómicas, los pacientes de la segunda clase persiguen al autor con bastón de estoque». De elegir entre la pintura negra y la pintura pura, prefería la primera. En cuanto a los motivos por los que pintaba, señaló: «Mis obras se forman alrededor de un núcleo de realidad cazado en la vida; la línea de una boca, el aparato de líneas, color y luz de unos ojos. A base de eso, yo compongo una figura, en la que todo lo demás le está sometido, para producir una armonía que lo comente y le dé corporeidad».

A fines de 1931 Sanz Lafita amplió a su extensa galería de caricaturas los rostros de los políticos que formaron parte del primer gobierno republicano presidido por Azaña, cuando fue contratado para realizar la campaña publicitaria de Nescao, producto altamente nutritivo, rico en vitaminas, digno del Presidente y muy conveniente para los ministros y líderes de la oposición. Los trece anuncios ayudaron a la economía maltrecha de Sanz Lafita que, finalmente, y tras muchos años de intentar ser dibujante profesional, decidió que debía trabajar como químico en Flix, pero el dibujo iba a ser, paradójicamente, su medio de vida; tanto el de prensa como el publicitario. El estallido de la guerra civil le obligó a permanecer en Barcelona donde entró en La Vanguardia con el apoyo del periodista aragonés Antonio Carrero. Primero en la sección internacional, donde realizó mapas de batallas y ofensivas internacionales y, años más tarde, se ocupó de realizar retratos de políticos y personajes famosos que interpretaba a partir de fotografías. Además de en La Vanguardia dibujó para otras publicaciones como Liceo, Fotogramas o Destino.

En el recuerdo permanece el retrato que Durbán pintó a Rodio, de nombre Sanz Lafita, en el palacio de los Argillo de Zaragoza, en diciembre de 1925. Ágil y optimista.