--¿Qué ha cambiado de esa Ana Martí de Don de lenguas a la de El gran frío?

--En Don de lenguas teníamos a una Ana Martí novata. Estaba relegada a ecos de sociedad que es a lo que una mujer podía aspirar. Ahora tenemos a una mujer cuatro años más tarde. Ha madurado pero curiosamente el éxito que tuvo en Don de lenguas porque resolvió un misterio, se ha vuelto en su contra porque le ha puesto en el foco. Tras el éxito, La Vanguardia se ha querido deshacer de ella y en esta novela trabaja en El Caso, el más leído de todo el país.

--¿Cree que ese periodismo sensacionalista de El Caso está retornando?

--Ahora quizá el sensacionalismo más brutal se encuentre en la televisión, que se recrea en el suceso sangriento y se regodea en el dolor ajeno. Es más brutal que en El Caso. Estás escribiendo una novela de los años 50 pero tienes la sensación de que algunas de esas circunstancias se están repitiendo. Los periodistas sufren otra vez muchas presiones unidas a la precariedad laboral.

--El gran frío es una novela negra ambientada en la blancura de la nieve, ¿tiene su guiño en Fargo?

--No, pero me alegra que sea así. Uno de los objetivos era convertir lo blanco en negro. El blanco, el símbolo de la pureza y de la inocencia, en esta novela es una amenaza.

--¿Por qué ambientó la historia en el Maestrazgo?

--La familia de mis abuelos maternos son de Vistabella, pero no quise que diera pie a una lectura sesgada y la ambienté en un pueblo ficticio de Teruel. Es un paisaje muy duro, hostil, y es el marco perfecto para mostrar la dureza de la vida rural. Habrá otras zonas muy interesantes pero si no las conoces no las puedes recrear.

--El retrato de ese pueblo, ¿tiene su eco en la realidad?

-- Es llevar la España del momento a una versión reducida. La gente del pueblo está sometida al poder de la iglesia con el cura, el poder militar con el guardia civil y uno que está por encima de todos que es el cacique. Es una metáfora de la realidad donde la gente está sumida en el miedo y la ignorancia y que hace sencillo que se cree una bola de superstición.

--¿Cómo ha sido el proceso de documentación junto con Sabine Hofmann?

--Hemos buscado muchísimo en hemeroteca. Pero se necesita ver y escuchar. Nos ha servido mucho ver el Nodo y nos ayudó mucho el testimonio de gente que vivió la época sobre lo que no te dan los libros: a qué olía, con qué soñaban...

--¿Descubrieron otros casos como los de la niña que sufre estigmas?

--Fue una época en la que había un gran interés por fenómenos religiosos. Un caso que se menciona en la novela es el de Josefina Vilaseca en 1952 que nos sirvió para explicar el fervor de la gente en este tipo de casos.

--¿Cuáles son los inconvenientes y ventajas de escribir con otra persona?

--La ventaja es que te aporta otra perspectiva y ves cosas que no verías. A veces digo A, Sabine dice B y la solución es C que es un producto de dos cabezas pensando. Lo malo es que el ego creativo sufre mucho.

--Vive en Alemania, ¿cómo ve el panorama literario?

--En Alemania, el índice de lectura es muy alto, las tiradas son muy altas y los autores pueden vivir de escribir. Las cifras son cuatro o cinco veces más altas que en España. Aquí el mundo editorial está sufriendo mucho la bajada de ventas, la piratería y la carga de impuestos.