En el 2013, el salmantino Miguel Menéndez se fue a Bruselas en busca de trabajo. Un día, paseando por el barrio español, se acercó a las paradas que la gente monta en el exterior de su casa para vender sus trastos viejos: vajillas, libros, discos… Le sorprendió encontrar un single de un cantaor flamenco; un tal Juan Lucero. En la contraportada leyó: «Artista exclusivo del restaurante Los Candiles». Lo inexplicable era que ese restaurante no estaba en España, sino en Bruselas.

Otro día, este veinteañero emigrante del siglo XXI topó con un single de Juanito Martín. En la contraportada venía impresa su biografía. Apodado el intelectual del flamenco, presentaba el programa Raíces flamencas en Radio Lieja. De vuelta a casa, Menéndez buscó más información en internet, pero no encontró nada. Días después dio con otro single. Era del grupo Los Fieras e incluía la sevillana Extranjeros, cuya letra decía: «Nos llaman los extranjeros por tener el pelo negro/ Negro lo tiene mi padre/ Negro lo tiene mi madre/ Y aunque yo nací en Bruselas/ Llevo sangre de mi España».

Aquel single de Lucero que había encontrado semanas atrás también trataba el tema de la inmigración que tan de cerca tocaba a Menéndez. La letra empezaba: «Anduve muchos países tratando de hacer fortuna/ Y por la noche le cuento mis penitas a la luna». En unos meses, él tenía trabajo como profesor, pero había hallado algo que ni siquiera buscaba: un filón de sencillos que los emigrantes españoles grabaron en Bélgica a partir de 1960. Su olfato como coleccionista de rock, blues y reggae le hizo intuir que estaba ante una historia esperando a ser contada, la de una escena oculta y casi perdida.

Cinco años de trabajo

Menéndez se animó a visitar las tabernas y restaurantes que habían acogido a aquellos artistas. Sus dueños le pusieron en contacto con los cantaores y tocaores. Muchos aún vivían en Bélgica. De hecho, uno tenía una zapatería al lado de su casa. Charlando con unos y otros salieron más nombres: Cascabel de Jerez, Paco el Chiringo, Carmen la Malagueñita, Los Caballeros, Los Chicos, Las Cordobesitas, Los Diamantes, Los Cuervos, Los Conquistadores… Era de justicia dar visibilidad a ese material: digitalizarlo y publicarlo en cedé.

El resultado de esos cinco años de pesquisas es Rumba Hispano-belga. Sonidos de la emigración española en Bélgica 1960-1989, un triple disco que no solo se nutre de singles a un euro comprados en mercadillos, sino también de piezas que se venden en internet a 30, 50 y hasta cien euros. Su colección incluye auténticas sorpresas: la preciosa versión del No me llames extranjero del argentino Rafael Amor grabada por Javier Lavandera, el guasón. La T.V.A. con el que las Hermanas Manchitas se quejaban del impuesto belga, el Oye tío, ¡que vamos a votar! de Paco Paco anunciando las primeras elecciones, la delirante Julín de Los Cuervos y esas peteneras-disco de Antonio, La Torre y Manuel. Y, cómo no, canciones y más canciones sobre la vida del emigrante: Llanto del emigrante, Nacido en Bruselas, Un emigrante más, Un canto del emigrante... También existía el grupo Los Emigrantes y el bar El Emigrante.

Los restaurantes fueron el CBGB de esa movida flamenca autoexportada: El Torero, El Rincón, Casa Manuel, Casa Manolo… Cuenta Menéndez que en 1967 los españoles regentaban 227 bares y restaurantes en Bruselas. Solo en la céntrica Rue Haute había 12 con espectáculo flamenco. Y allí mismo se vendían los singles. Por eso casi todos los que localizó están autografiados. Y por eso casi ninguno está registrado en la SGAE belga. Los prensaban con ayuda económica de los comercios de la comunidad y nunca llegaban a las tiendas de discos. Volaban al final de las actuaciones porque los emigrantes los querían como recuerdo de aquella inolvidable velada flamenca lejos de su país.

El sótano del restaurante Primavera tenía su estudio de grabación, pero Menéndez ya no ha llegado a verlo porque el edificio fue derribado y en su lugar hay ahora un hotel. La discoteca Disco Rojo (así, en castellano) que un día recibió a Rumba Tres se transformó en los 90 en el club techno más famoso del país, el Fuse. «En cinco años he visto desaparecer muchos bares y restaurantes y los cinco o seis que quedan en el barrio, en dos o tres años, no existirán», profetiza Menéndez, que sabe que muchos artistas están mayores y morirán pronto, lo cual implica que esta memoria corre peligro de desaparecer.

Él vuelve a España. Ha encontrado trabajo. Bajo el brazo se trae una parte de la historia musical de este país. Sigue recopilando recortes, carteles y discos sin otro objetivo que evitar que se pierda este legado de la emigración española en Bélgica. Por mucho que se diga, no todo está en internet.