En 1987 David Bowie comenzaba los conciertos de su Glass Spider Tour descendiendo al escenario desde el vientre de una gran araña de atrezzo. En la actualidad Bunbury inicia las actuaciones de su gira Palosanto siendo depositado en escena por un platillo volante virtual. Los tiempos cambian, la tecnología avanza, pero las intenciones permanecen. La araña de Bowie era la gran metáfora de la vida; la nave voladora de Bunbury es símbolo de un mundo cambiante y probablemente sin rumbo.

El viernes, en el pabellón Príncipe Felipe (¿cambiarán ahora su nombre por el de rey Felipe VI?), Bunbury, con un concepto de espectáculo notable, como ya nos tiene acostumbrados, hizo recuento. Es decir: presentó las canciones de Palosanto, su disco más reciente (de él interpretó siete), pero también se paseó por el resto de su discografía de estudio: una pieza de Radical sonora; tres, de Pequeño; cuatro, de Flamingos; dos, de El viaje a ninguna parte; cuatro, de Helville de Luxe; tres, de Las consecuencias y una, de Licenciado cantinas. Y de propina, un tema de Avalancha, de Héroes del Silencio. En total, 26 canciones a lo largo de algo más de dos horas de concierto. Una propuesta en la que hubo de todo un poco; incluso algunas ostentosos fallos instrumentales (en El viento a favor, por ejemplo, la despedida definitiva tras dos tandas de bises), consecuencia de la sustitución urgente que Bunbury ha tenido que hacer del guitarrista titular de la banda, Jordi Mena, de reposo absoluto tras la operación ocular a la que tuvo que someterse de urgencia justo cuando se iba a iniciar la gira española.

Mas pelillos a la mar, pues Dani Pati Baraldés, cumplió bien con su no poco complicado papel de sustituto, sobre todo teniendo en cuenta que casi no ha tenido tiempo de ensayar el repertorio. Al concierto del sábado, que proporcionó momentos espléndidos (entre ellos las interpretaciones de Bujías para el dolor y Sácame de aquí, en el primer bis, con Rafa Domínguez, guitarrista que fue de Bunbury, como invitado), le faltó empuje en su globalidad, ritmo interno; en definitiva esa fuerza que arrolla desde la apertura hasta el cierre cuando las cosas discurren fluidas. Una canción de gran pulso como Ódiame, del álbum Licenciado cantinas, sonó bastante renqueante. Y gran parte de las piezas de Palosanto encajan con dificultad en el devenir de un repertorio repleto de composiciones espléndidas. Sí, Los inmortales una pieza destacable, y también Plano secuencia, que llegó en el primer bis; pero a otras les falta empuje. No incluyó otras con nervio como Prisioneros y Mar de dudas, aunque justo es reconocer que Hijo de cortés, con potenciados acentos de blues y aires de Nueva Orleans, ganó con respecto al original. En cosas como Frente a frente echamos en falta la voz femenina, aún asumiendo que Bunbury hace una gran versión de esa pieza de Jeanette.

Cal y arena

El tono Calamaro de Porque las cosas cambian resultó agradable, y la vitalidad de El extranjero y Deshacer el mundo (con unas guitarras muy Bowie) lanzadas una detrás de otra, arrancó del público los aplausos más sonoros. En fin, lo dicho: cal y arena en una actuación que, en cualquier caso, se situó por encima de la media que dan en directo los músicos españoles. Agradecimos, además, que, al contrario de lo que hizo en su concierto zaragozano de 2012, nos ahorrase discursos equívocos sobre la crisis y otras filosofías tabernarias. Llegó, cantó y, a otra cosa. Aunque al final tuvo un arranque peliculero al referirse al público como "Aragoneses todos..." ¡Bienvenido, Mr. Bunbury!