Hay 152 millones de niños esclavos en el mundo, siendo esclavitud todo ese sometimiento de una persona sobre otra, desde la obligatoriedad de la mendicidad, reclutamiento para conflictos armados, trabajo forzoso, matrimonio infantil, tráfico de órganos, prostitución... La fotoperiodista zaragozana Ana Palacios ha estado tres años (y cinco meses en Togo, Gabón y Benín) embarcada en Niños esclavos. La puerta de atrás, un proyecto se sensibilización sobre «la salida de la esclavitud infantil en África del Oeste», asegura. El resultado de su trabajo puede verse hoy, en el cine Cervantes (19.00), cuando se proyecta el documental con ese mismo nombre; y mañana, que se inaugura una exposición y se presenta un libro.

Para Palacios, la puerta de atrás es aquella que «encuentran algunos de esos miles de niños si consiguen abrirla y salir a la libertad», de ahí que se haya centrado en la reinserción en la sociedad, puesto que el objetivo final del documental, el libro y la exposición es triple: «sensibilizar sobre esa realidad», visibilizar a quien ayuda (las ONGs) y «recuperar la dignidad de esos niños, darles nombre, apellidos...».

Ana Palacios muestra las caras de esos pequeños, de esas niñas que buscan hacer lo que cualquiera de su edad en otra parte del mundo. La zaragozana se centró en África del Oeste porque tiene el mayor indice de esclavitud infantil en terminos porcentuales y globales. ¿El motivo? La fotoperiodista da tres; la extrema pobreza, que «provoca que una familia con cinco o seis hijos si no los puede alimentar, cuando le ofrecen llevárselos a otras zonas a cambio de antidades ridículas», aceptan. Otro sería que la compraventa de personas «se ha normalizado y está socialmente aceptada», ya que allí, durante cinco siglos, fue la zona de salida de los 20 millones de africanos que fueron al nuevo mundo. Y un tercero, «lo mismo que se hacía aquí hace 60 o 70 años cuando los niños de los pueblos iban a las ciudades con un familiar lejano a vivir en acogida».

En las imágenes que presenta Ana Palacios, se documenta esa salida y cómo hacen ese viaje. Los niños «se escapan de ese trabajo», ; pero también hay una parte activa por parte de las autoridades, ya que «rescatan a los pequeños de esos puntos de trabajo tras una denuncia» o son las ONGs que van por la «calle identificando a esos niños esclavos». Palacios ha trabajado con Mensajeros de la Paz, Carmelitas Vedruna, Misiones Salesianas y Unicef.

RECUPERAR EL JUEGO / Una vez lejos de sus explotadores «van a centros de acogida donde pueden estar años» ya que la situación en la que llegan es de «bloqueo mental, no saben de donde vienen», en el caso de las niñas, muchas de ellas tomadas como «elementos reproductores y satisfactorios», están embarazadas. En esos centros tienen garantizada su manutención «y la recuperación del juego y el descanso» y un primer intento de volver a confiar en los adultos.

Las ONGs además «buscan a la familia del niño» y es que muchas de ellas «no saben que están haciendo algo mal». Los trabajadores sociales deciden tras una evaluación si vuelven con su familia, «que sería el éxito» o esto no puede llevarse a cabo y entonces «le capacitan para que aprenda un oficio y no dependa de un adulto». Estos habrían encontrado la puerta de atrás.