Llegó El Cigala el viernes a la apertura de Pirineos Sur (tarde, según la hora prevista de comienzo de su concierto) con una orquesta de diez músicos, solvente pero algo plana en su resolución sonora, y un cargamento de canciones, gran parte de ellas procedentes de Indestructible, título tomado de uno de los álbumes del percusionista Ray Barreto, en el que rinde tributo a la época dorada de la salsa, esa vibración sonora que se coció como género en el Harlem hispano, en la gran Manzana, una suerte de tremendo sincretismo musical entre los ritmos negros de las calles y el gran bagaje latino que va desde el guaguancó al mambo. Llegó con más presencia que sustancia, con más imagen que contenido, con más cara que espalda.

Facturó, como pudo, solo con algunos momentos destacables, un concierto deslavazado, en el que defendió (es un decir) aquellas piezas de grabaciones anteriores, más cercanas al bolero y a los medios tiempos, pero naufragó con las piezas de Indestructible, trabajo que se escucha con cierto agrado, pero que en directo se transforma en indescriptible.

Y es que hay que tener mucho background, mucho estilo y mucho de todo, para emular a cantantes históricos de la salsa como Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Ismael Rivera, Ismael Miranda y Boby Cruz, entre otros. Un mucho de todo que no tiene El Cigala, cuando menos sobre un escenario. Porque para sacar adelante ese repertorio hay que tomarse en serio las cosas y El Cigala demostró el viernes que para él la escena es como un juego en el que todo vale, incluso que las canciones se te escapen crudas, como ocurrió con El paso de encarnación, El ratón, Juanito Alimaña, la propia Indestructible… Sinceramente: no es de recibo un concierto como el ofrecido el viernes, aunque la temperatura en Lanuza no fuese la más adecuada para lo latino (o sí, si se invita al baile). Así las cosas, en vez de Cigala en salsa, tuvimos Cigala congelada.

Mucho más interesante fue el concierto que abrió la velada, un cuidado homenaje flamenco a Leonard Cohen, producido por Alberto Manzano, con un grupo espléndido de músicos (Alexandro Bublitchi, Carlos Ródenas, Francisco Guisado, Javier Malanquilla, Josep Vilagut y Jordi Rallo) y dos cantaoras notables: Rocío Segura y Paula Domínguez. La primera, de poderoso rajo flamenco; la segunda, de voz dúctil y sinuosa. Juntas y por separado interpretaron desde Aleluya a Baila conmigo hasta el final del amor, pasando por Pequeño vals vienés, Chelsea Hotel, Mi gitano, No hay cura para el amor…

Arreglos imaginativos, buscando la diferencia con otras miradas a las piezas de Cohen, remarcando el acento mediterráneo, y voces gozosas en una espléndida celebración flamenca de los salmos del gran poeta que en alguna ocasión se sintió como un pájaro en el alambre. Con Rocío, Paula y la banda, el salmo se hizo flamenco (y más) y habitó entre nosotros. Al gran Leonardo le habría gustado el homenaje.