Se quejaba el pasado martes el profesor José María Ordovás, ese eminente científico zaragozano, radicado como catedrático en Boston, y siempre dispuesto a colaborar con su tierra, de cómo llegan las noticias relacionadas con la salud al público en general. Y, dado que es sabio, no achacaba la culpa únicamente al mensajero --que parte tiene--, sino a los propios científicos, incapaces de divulgar en demasiadas ocasiones; a los poderosos intereses de la industria, con mecanismos de difusión muy bien consolidados; y al propio público consumidor, ávido de creer en dietas milagro, pastillas mágicas o cualquier mecanismo que solucione de un plumazo sus problemas de obesidad o salud.

Pero las cosas no son tan sencillas. Recientemente ha saltado a los medios una noticia por la que la Organización Mundial de la Salud consideraba más peligrosas las dietas basura que el propio tabaquismo. Leyendo en diagonal: aunque fumo, dado que como muy bien, voy salvando mi salud. Por más que la noticia en realidad afirmaba que, desde el punto de vista de la salud pública --gasto en hospitales, farmacia, personal, etc.-- el problema del tabaquismo resulta menor frente a la oleada de sobrepeso que nos invade, especialmente en el mundo desarrollado, aunque no solamente allí.

Así que, se siente, fumar sigue siendo malo para la salud. Igual que una mala alimentación. Y lo peor es que no hay, a corto plazo, soluciones radicales; ni las habrá. Nuestro cuerpo está diseñado, a través de miles de años de evolución, para superar la habitual falta de alimentos, además de practicar mucho ejercicio para conseguirlo.

Es decir, simplemente nuestro modo de vida, por propio diseño, ya nos empuja a la obesidad --sin contar la publicidad--, por lo que o lo cambiamos o seguiremos engordando, tanto en la cintura, como en las cuentas de la salud pública, que es de lo que se ocupaba la OMS.