Cuando nada se interpone en nuestra mirada, escribe Georges Perec en su libro Especies de espacios, nuestra mirada alcanza muy lejos. Pero si no topa con algo, no ve nada; solo ve aquello con lo que topa: el espacio es lo que frena la mirada, aquello con que choca la vista: el obstáculo: ladrillos, un ángulo, un punto de fuga: cuando se produce un ángulo, cuando algo se para, eso es el espacio. Ocurre, señala Perec, que no hay lugares estables, inmóviles, intangibles, intocados y casi intocables, inmutables, arraigados y por eso el espacio se vuelve pregunta, deja de ser evidencia. El espacio es una duda, constató, por lo que continuamente sentía la necesidad de marcarlo, designarlo y hacerlo suyo. Sandra Montero (Zaragoza, 1983) comparte el anhelo de Perec, pues hemos de convenir que en sus ejercicios artísticos el espacio se vuelve pregunta.

La sala Juana Francés acogió en 2011 la instalación m/m2 , un ejercicio de investigación realizado sobre el espacio de un frontón de pelota: volumen prismático, de extraordinaria simplicidad estructural, sin elementos asistentes en su interior; un espacio vacío, en definitiva, y por tanto lugar adecuado para escenificar la pérdida, el vacío que sigue a la acción. La serie de números y líneas pintados en los paramentos del espacio frontón ordenan el vacío y al hacerlo generan un sistema de coordenadas según el cual todos los puntos quedan definidos por una posición exacta en el plano de juego. Ese sistema fue, explica Sandra Montero, la referencia que iba a definir su posición en el espacio: como un punto (X, Y) respecto a un origen (0,0); y a cada punto le asignó una acción a desarrollar: contener, ocupar, atravesar, medir o proporcionar, que se correspondía al desarrollo de su cuerpo en el eje Z del sistema. El ejercicio quedó registrado en una secuencia de nueve fotografías y un vídeo. En la ubicación de las obras en el espacio expositivo, Montero atendió al sistema de coordenadas de la sala y a la presencia de visitantes, de tal modo que el espacio performativo-expositivo pudiera contener pero también ocupar, ser atravesado y medido.

Erika Fischer-Lichte diferencia dos modos de entender el espacio de la performance, que comparten mucho con los ejercicios de Montero: como espacio geométrico sólido y estable, existente antes y después de la acción; y como espacio performativo, inestable y en permanente fluctuación, abierto al movimiento y a la percepción, que organiza y estructura. Además de ser un espacio geométrico y performativo, el espacio frontón es un espacio de juego, y el juego, opina Gadamer, es un automovimiento que no tiende a un final, sino al movimiento en cuanto movimiento, que indica el fenómeno de la autorrepresentación del ser viviente. Movimientos en espacios frágiles. Lo supo Perec: el tiempo va a desgastarlos, va a destruirlos.

Confluencias de tránsitos

En 2012 Sandra Montero presentó en el Museo Guggenheim de Bilbao la instalación The White Line, un ejercicio repetitivo que exploraba a través del movimiento las innumerables opciones que parecían ofrecer las líneas de una pista de atletismo, visualizadas en imágenes parciales. La proyección sobre el plano del suelo descubría a quien allí se situaba, la imposibilidad de elegir.

Explorar el espacio de confluencias, de tránsitos y flujos inmateriales que articulan la percepción, para comprender los mecanismos que lo construyen, fue el propósito del proyecto Perspectiva social total, que fue becado por el centro de producción artística BilbaoArte en 2013. Sandra Montero desarrolló la investigación en dos ejercicios: el primero, Percepción exterior de un espacio de confluencia consistió en observar las acciones realizadas por un grupo de personas localizadas en un espacio y tiempo concretos, que presentó en formato vídeo; y el segundo, Percepción interior de un espacio de confluencia recogió la experiencia de su propia interacción con el espacio a su alrededor, a través de un texto. «Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva. Arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos». (Perec, de nuevo).

La planta sótano de la casa palacio de los Torrero de Zaragoza, sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón, fue el escenario en 2014 de la instalación En orden. Como en su trabajo es habitual, Sandra Montero propuso a quienes visitaron la exposición una experiencia de ocupación y creación del espacio a partir de una serie de estrategias de escenificación que, en aquella ocasión, se fundamentaron en la disposición sobre los muros que construyen la sala central, de cuatro obras consistentes en una plancha de cristal, una fotografía que documentaba la acción de la artista en ese lugar concreto y la superficie de paramento. La transparencia conceptual y física del cristal, apoyado en el suelo, sujetaba las fotografías al muro, superficie opaca que hace real la idea de arquitectura. La escenografía se acompañó de un plano de sala en el que Montero anotó los lugares de la acción y las fichas técnicas de las obras que descubrían en el intercambio de los conceptos: sujeción, acción y paramento; o paramento, acción y sujeción, el lugar donde se localizaban las obras y su continuidad imaginaria en el espacio real, a través de los muros perimetrales de la sala central que dejó vacía.

Reorientaciones fue el título de la fotografía de Montero para Círculo de tiza y de la performance que definió los espacios que albergaron la exposición en las salas del Paraninfo de Zaragoza. Sandra Montero se situó en el espacio expositivo durante un tiempo indeterminado y, con su hija a la espalda, lo ocupó atravesándolo, midiéndolo, dotándolo de proporciones según su posición en cada uno de los puntos que lo definen y organizan. Se trataba de crear espacios acordes a un proyecto que quería ser lugar de interrogantes. Sandra Montero vació las dos salas diferenciando el recorrido de quienes visitaran la exposición: el módulo blanco colocado en el acceso de la primera impedía ver las obras, era obligado entrar y ese gesto definía la decisión de hacerlo; el contenido de la segunda sala se descubría desde fuera, invitando a entrar y participar. Los rostros de Sandra Montero y de su hija ocuparon la fotografía envuelta en brumas. Vivir, lo supo Perec, es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse.