Hemos de sentirnos seguros los zaragozanos, ya que los diferentes eventos gastronómicos realizados en la calle pueden ser inspeccionados, tanto por los servicios municipales como los autonómicos. Hasta ahí perfecto.

Y resulta lógico que se pasaran a controlar la oferta gastronómica de las gastronetas del pasado Zaragoza Beer Festival, aunque quizá la hora elegida, en pleno servicio de comidas, no fuera la más idónea, pues alguna tuvo que dejar de trabajar para atender a los técnicos, olvidando a sus clientes. Y otra, al faltarle un albarán -riojano, su normativa parece ser otra− estuvo cerrada unas cuatro horas, mientras se ultimaba el acta, con los perjuicios que le conllevó; luego pudo trabajar con normalidad.

La Asociación Food Truck Aragón ha expresado su molestia ante este proceder, como habitualmente hace Horeca, la asociación de restaurantes de Zaragoza, cada fiesta del Pilar ante la oferta callejera, poco controlada en los aspectos sanitarios, según dicen los hosteleros.

Uno está a favor de las inspecciones, tando de sanidad, como laborales, o de bomberos, pero también entiende que el exceso de burocracia puede impedir el trabajo de los profesionales y, desde luego, dificulta notablemente la organización de eventos puntuales.

Este país está cada vez más burocratizado en lo que a gastronomía y agroalimentación se refiere. En ocasiones rigen las mismas normas para un sencillo obrador de embutidos que para una gran empresa cárnica. Y lo mismo entre cadenas de restaurantes y bares familiares; entre el concurso de ranchos de un barrio o las megacarpas del Pilar.

Las normas deberían ser más flexibles y diferenciar las diversas realidades, de la misma manera que los inspectores -funcionarios con oposición y conocimientos− deberían tener la posibilidad y la cintura para interpretar las variadas situaciones.

Si se trata simplemente de medir o recopilar papeles sobraría toda su formación y cualquiera valdría para inspeccionar.

A ver cómo lo llevan este fin de semana, repleto de tabernas medievales.