El protagonista, Jose, quiso ser escritor y conserva el orgullo diferencial del lector de criterio exigente, de la labia que no llegó a cuajar en estilo literario, del gusto por la mejor música. Pero lo llaman Sandino, es taxista y sabe que ha sido derrotado en todos y cada uno de los flancos de su vida. La relación con Lola, su mujer, es un paisaje lúgubre del que le llega una remota noticia por teléfono y es a la vez un recordatorio de su ineptitud sentimental y una prueba de la rudeza que practica con otras mujeres. También Héctor, el exmosso propietario del bar Olimpo, es otra prueba de su torpeza, o más bien su esposa Verónica, que lo abandonó, embarazada, después de un affaire con Sandino. Ni siquiera Sofía, su amiga taxista, tiene con él una actitud franca cuando se ve metida en un embrollo que parece salido de After hours (¡Jo, qué noche!) de Martin Scorsese. Y, a pesar de los pesares, parece un tipo en quien confiar, como le sucede a Ahmed cuando sospecha que su hermano puede estar siendo engullido por las aguas movedizas del yihadismo.

Del atropellado párrafo anterior puede deducirse que esta novela de Carlos Zanón se apoya en sus personajes, unas criaturas muy bien forjadas, esculpidas a mazazos, extraídas del lado menos halagüeño del juego social, donde la dignidad inicia su retirada. Es innegable la originalidad de este taxista insomne, culto y abatido que ha roto hostilidades contra sí mismo, que recala en distintos cuerpos femeninos sin ánimo de quedarse y que se enamora de la única mujer que es improbable que pueda tener, Nat, la esposa de un novelista que es su contrafigura.

Pero la fortaleza de la novela no depende solo de su vigorosa galería de perdedores y almas en pena, incluyendo a los clientes que entran y salen del taxi cargados con sus pequeñas historias, sino que se logra gracias al competente despliegue y control de la maquinaria argumental, propia de una novela policiaca o de espías, sin que Taxi pueda considerarse con propiedad como tal.

Zanón, que conoce los entresijos del género negro, ha preferido acogerse a una forma de realismo sucio, cruce de costumbrismo naturalista y de derrotismo carveriano con ocasionales pinceladas de tierno afecto hacia sus muñecos. El efecto resultante es un aglomerado de épica del inframundo de los desheredados por la suerte y lírica de una esperanza ahuecada, apenas fundada en una trabajosa solidaridad humana.

NOVELA SOMBRÍA / Aunque hay una trama bien urdida, la novela avanza gracias a Sandino y a las escenas que se encadenan en un montaje cinematográfico diseñado para armar una imagen caleidoscópica de Barcelona, canalla y pija, una imagen cosida por las carreras del taxi desde la miseria hasta la suntuosidad. El fondo musical lo pone The Clash, cuyo álbum triple Sandinista! (1980) no solo presta el apodo al taxista, sino a los títulos de los capítulos, y me atrevo a decir que también el ritmo narrativo de algunos de ellos.

A Zanón le ha salido una novela sombría, con ribetes existencialistas y repentes poéticos, atravesada por un sentimiento tráfico de la vida, donde todo transcurre como obedeciendo a un trágico determinismo, en una anodina intrascendencia que apenas oculta la monstruosa necesidad de comprensión y amor de sus personajes. Zanón ha logrado la novela nocturna de una nueva Barcelona.

‘TAXISSRq

Carlos Zanón

Salamandra